38. Y arrojaron Él inveighs con una indignación aún mayor contra esa frenética religiosa que los llevó a sacrificar a sus propios hijos, y así contaminar la tierra por el derramamiento de sangre inocente Si alguien objeta que Abraham sea alabado, porque no retuvo a su único hijo, la respuesta es clara: que lo hizo en obediencia al mandato de Dios, de modo que todo vestigio de inhumanidad se borró por medio de la pureza de la fe. Porque si la obediencia es mejor que el sacrificio, (1 Samuel 15:22) es la mejor regla tanto para la moral como para la religión. Es una horrible manifestación de la ira vengativa de Dios, cuando los supersticiosos paganos, abandonados a sus propios inventos, se endurecen en actos de horrible crueldad. Tan a menudo como los mártires ponen en peligro su vida en defensa de la verdad, el incienso de tal sacrificio es agradable a Dios. Pero cuando los dos romanos, por su nombre Decii, (270) de manera execrable se dedicaron a la muerte, fue un acto de atroz impiedad. No es sin causa justa, por lo tanto, que el profeta aumenta la culpa de la gente por esta consideración, que al modo perverso de adorar a Dios, habían agregado una crueldad excesiva. Tampoco hay menos motivos para acusarlos de haber contaminado esa tierra de la cual Dios les había ordenado que expulsaran a los antiguos habitantes, a fin de que él pudiera convertirla en la escena peculiar donde debía ser adorado. Los israelitas entonces eran doblemente malvados, quienes, no solo contaminaron la tierra con su idolatría, sino que también sacrificaron cruelmente a sus hijos, robaron a Dios lo que les correspondía y, de alguna manera, frustraron sus designios.

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