131. Abrí la boca y jadeé. (11) Con estas palabras, el salmista querría que entendiéramos que se enardeció con tanto amor y anhelo por la ley divina, que suspiraba sin cesar eso. Al compararse con los que tienen hambre, o con los que arden con sed, ha usado una metáfora muy apropiada. Como tales personas indican la vehemencia de su deseo abriendo la boca y jadeando angustiosamente, como si aspiraran todo el aire, aun así el Profeta afirma que él mismo estaba oprimido con inquietud continua. La apertura de la boca, entonces, y la respiración, se oponen a un asentimiento frío a la palabra de Dios. Aquí el Espíritu Santo enseña con qué seriedad del alma se debe buscar el conocimiento de la verdad divina. De lo que se deduce que aquellos que tienen poca o ninguna habilidad en la ley de Dios, son castigados por su propia indolencia o descuido. Cuando David afirma que jadeaba continuamente, señala no solo su ardor sino también su constancia.

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