16. Haz que tu rostro brille sobre tu sirviente. Hemos dicho anteriormente, y veremos en muchos casos más adelante, que esta forma de hablar se toma de la aprehensión común de los hombres, que piensan que Dios no los considera, a menos que realmente muestre su cuidado por sus efectos. Según el juicio de los sentidos, las aflicciones ocultan su semblante, al igual que las nubes oscurecen el brillo del sol. Por lo tanto, David suplica que Dios, al brindarle asistencia inmediata, le haría evidente que disfrutaba de su gracia y su favor, lo cual no es muy fácil de discernir en medio de la oscuridad de las aflicciones. Ahora, se dice que Dios levanta la luz de su semblante sobre nosotros de dos maneras; ya sea cuando abre los ojos para ocuparse de nuestros asuntos, o cuando nos muestra su favor. Estas dos cosas son de hecho inseparables, o más bien, una depende de la otra. Pero según el primer modo de hablar, de acuerdo con nuestras concepciones carnales, atribuimos a Dios una mutabilidad que, propiamente hablando, no le pertenece: mientras que la segunda forma de habla indica que nuestros propios ojos, en lugar de los ojos de Dios, están cerrados o pesados ​​cuando parece no tener en cuenta nuestras aflicciones. Por la palabra preservar, David explica lo que quiso decir con la expresión anterior; pero como en ese momento no había forma aparente de seguridad para él, se anima a esperarlo al presentarle la bondad de Dios.

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