13. Jehová miró desde el cielo. El salmista aún continúa con la misma doctrina, a saber, que los asuntos humanos no se arrojan de aquí para allá fortuitamente, sino que Dios guía y dirige secretamente todo lo que vemos que ocurre. Ahora él elogia la inspección de Dios de todas las cosas, para que nosotros, por nuestra parte, podamos aprender a contemplar y contemplar con el ojo de la fe, su providencia invisible. Hay, sin duda, pruebas evidentes de ello continuamente ante nuestros ojos; pero la gran mayoría de los hombres, a pesar de eso, no ven nada de ellos y, en su ceguera, imaginan que todas las cosas están bajo la conducta de una fortuna ciega. No, cuanto más abundante y generosamente derrame su bondad sobre nosotros, menos le plantearemos nuestros pensamientos, sino absurdamente descartarlos de manera inamovible sobre las circunstancias externas que nos rodean. El profeta aquí reprende esta conducta básica, porque no se puede ofrecer una mayor afrenta a Dios que encerrarlo en el cielo en un estado de ociosidad. Esto es lo mismo que si estuviera enterrado en una tumba. ¿Qué clase de vida sería la vida de Dios si él no viera ni se ocupara de nada? Bajo el término trono, también, el escritor sagrado muestra, por lo que está implicado en él, qué absurdo enamoramiento es despojar a Dios del pensamiento y la comprensión. Nos da a entender con esta palabra, que el cielo no es un palacio en el que Dios permanece inactivo y se entrega a los placeres, como sueñan los epicúreos, sino una corte real, desde la cual ejerce su gobierno sobre todas las partes del mundo. Si ha erigido su trono, por lo tanto, en el santuario del cielo, para gobernar el universo, se deduce que de ninguna manera descuida los asuntos de la tierra, sino que los gobierna con la más alta razón y sabiduría.

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