El capítulo termina con una disculpa, que puede tomarse como una parábola de algo aún más profundo. El campo y la viña son más que las posesiones terrenales del hombre. Su negligencia trae esterilidad o desolación al jardín del alma. Las "espinas" son hábitos malignos que ahogan la buena semilla, y las "ortigas" son aquellas que en realidad son hirientes y ofensivas para los demás. El "muro" es la defensa que las leyes y reglas dan a la vida interior, y que el perezoso aprende a ignorar, y la "pobreza" es la pérdida de las verdaderas riquezas del alma, la tranquilidad y la paz y la rectitud.

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