Mientras que la ofensa del impío, que surge de un hábito confirmado del mal, se convierte en una trampa para su destrucción; el justo, incluso si ofende, es perdonado y aún puede regocijarse en su libertad de ser condenado. Algunos toman la segunda cláusula como totalmente contrastada con la primera; expresa la alegría de alguien cuya conciencia está libre de ofensas y que no corre peligro de caer en la trampa.

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