No necesitaba nada. No deseaba lucirse con una belleza artificial, ni, probablemente, complacer al rey; habiendo sido llevada a la casa del rey sin y en contra de su propia inclinación y elección. Pero lo que Hegai, el chambelán del rey, designó como codicioso de nada, lo dejó enteramente en manos del chambelán del rey para que le diera lo que quisiera, que era una señal de un temperamento modesto y generoso en ella. Y Ester obtuvo el favor de todos los que la miraban. Todos los que la contemplaban admiraban su belleza, que no necesitaba adornos; porque los más grandes adornos de las vírgenes son la modestia, el silencio, los ojos bien disciplinados, el semblante sereno, sin frivolidad y el horror de todo desenfreno; lo cual, todo reunido en ella, la hacía agradable a los ojos de todos los que la veían.

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