Que la tierra es del Señor, es decir, el mundo entero, los cielos y la tierra. Este es un gran punto que las Escrituras pretenden establecer, que todo el universo y todas las criaturas que hay en él pertenecen al Señor y están bajo su gobierno. Esta verdad, fundamento de toda religión, debe establecerse en nuestro corazón, para que podamos confiar en él y resignarnos a su voluntad, cualesquiera que sean las dispensaciones de su adorable providencia; por misteriosos e inescrutables que sean, en cuanto a las razones de ellos, persuadidos de que son tan sabios como poderosos, y tan bondadosos como justos y santos, y seguramente todos obrarán para bien para aquellos que lo aman.

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