Permanecieron de pie como si hubieran sido portadores de la antorcha de las distintas compañías. La espada de cada uno contra su prójimo. Se mataron unos a otros, porque sospechaban traición, y así cayeron sobre los que se encontraron por primera vez; lo cual podrían hacer más fácilmente, porque estaban formados por varias naciones, porque la oscuridad de la noche les impedía distinguir amigos de enemigos, porque lo repentino de la cosa los golpeó con horror y asombro, y porque Dios los había encaprichado, como había hecho muchos otros.

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