Si me tratas así, mátame. Él ruega que Dios se complazca en aliviarlo de la pesada carga o sacarlo del mundo y librarlo de una vida tan problemática e insoportable. Mira mi miseria hebreo, mi maldad, mi tormento, que surge de la dificultad de mi oficio y el trabajo de gobernar a este pueblo, y del temor de su total extirpación, y la deshonra que de ahí se acumulará para ti y la religión; como si no solo yo, sino tú también fueras un engañador. Habla como un padre cariñoso de un pueblo que hace suyos sus sufrimientos. Y, de hecho, ¿qué podría angustiar más a un gobernante de tal ternura paternal que ver al pueblo que fue designado para gobernar tan desfavorablemente, no solo hacia él, sino hacia Dios? y verlos, con su perversidad, atrayendo sobre sí mismos tan espantosas calamidades, y los enemigos de Dios regocijándose en su ruina?

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