Oh Dios, me has enseñado desde mi juventud Por la instrucción de mis padres, por tu palabra y Espíritu que me ilumina y convence, y también por mi propia experiencia, es decir, en cuanto a tu justicia mencionada en último lugar, los maravillosos efectos de los cuales he recibido declarado de vez en cuando. Observe aquí, lector, como es una gran bendición ser enseñado por Dios desde nuestra juventud, desde nuestra niñez el conocer las Sagradas Escrituras y las importantes verdades reveladas, los privilegios exhibidos y los deberes que en ellas se inculcan; de modo que aquellos que han sido favorecidos y han recibido bien de esta manera, cuando eran jóvenes, deben estar haciendo el bien cuando sean mayores y deben continuar comunicando lo que han recibido.

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