Se decían unos a otros: Nada puede representarnos más fuerte o bellamente el poder de la conciencia y la utilidad de la aflicción para despertar ese poder, que esta conversación y estos reproches mutuos. Vemos, en su representación, al pequeño e inocente José extendiendo sus tiernas manos y suplicándoles clemencia, mientras ellos, llenos de envidia sarcástica y salvaje barbarie, lo consignan a la destrucción; vimos la angustia de su alma cuando nos suplicó, y no lo escuchamos. Esta circunstancia se omite en el capítulo 37, que nos muestra que los escritores sagrados no relatan todos los detalles.

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