Jesús, sabiendo, etc.— Esta circunstancia tiene como premisa poner la humildad de Cristo en la luz más conspicua: y qué podría haber contribuido más a este propósito, que considerar que Jesús, aunque de una dignidad tan trascendente como para estar investido de el gobierno de todas las cosas, como habiendo existido en el cielo desde toda la eternidad, y como seguro de estar en el cielo por toda la eternidad, para reinar allí en su humanidad glorificada; sin embargo, desciende al miserable oficio de esclavo y lava los pies de sus propios discípulos; una acción que justamente podría excitar nuestro asombro, si no tuviéramos pruebas de su humillación mucho mayor al perder su reputación por la gran obra de la redención humana.

No podemos sorprendernos de que se ciña con la toalla, cuando pensamos que tomó sobre él la forma de un sirviente. No podemos maravillarnos de que vertiera agua en la palangana para lavar los pies de sus discípulos, cuando recordamos que derramó su sangre más preciosa para lavar los pecados de la humanidad.

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