Entonces el hombre será libre de culpa de iniquidad, es decir, el hombre, al utilizar este método para descubrir la verdad, se librará de la culpa de albergar celos injustificables: ni se le considerará punible por enjuiciar y juzgar así a la esposa que le da ocasión de celos, ya sea que ella sea culpable o no. Así, dice Enrique, Dios testificó antiguamente su aborrecimiento por el adulterio; y no debemos suponer que este crimen quedará impune bajo el Evangelio. Aunque el juicio milagroso de las personas sospechosas ya no tiene lugar, el que escudriña los corazones y las riendas un día sacará a la luz los secretos más ocultos y destruirá al que ha contaminado el templo de su Espíritu Santo.

REFLEXIONES.— Del conjunto surgen muchas lecciones útiles. 1. Que cada esposa tenga cuidado de evitar la menor ocasión que pueda despertar el espíritu de celos. 2. Que todo esposo tenga cuidado de complacerlo; es un chancro que le robará toda paz y descanso. 3. La inocencia es un sustento suficiente ante las acusaciones más malignas. 4. Tenemos que tener miedo de beber, si el pecado ha amargado las aguas; los placeres de los sentidos pueden convertirnos en una miserable recompensa por la maldición de Dios. 5.

Aunque las aguas de los celos ya no existan, la voz de la conciencia y el ojo de Dios hablarán y verán. 6. Dios saca a la luz extrañamente lo oculto de las tinieblas: aunque el adúltero diga: Ningún ojo me ve, después su necedad se manifiesta al mundo. 7. Aunque los pecadores escapen de toda censura o castigo presente, Dios juzgará a los fornicarios y adúlteros.

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