Y el que toca la carne. - Con tanta repugnancia se miraba a la persona que había contraído esta dolencia, que incluso el médico que tenía que examinarlo profesionalmente quedó contaminado por el resto del día. Tuvo que lavar su ropa y sumergir todo su cuerpo en agua antes de poder ser admitido en el disfrute de sus propios privilegios sagrados.

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