Verso 46. Y sabrán que yo soy el Señor su Dios.  Es decir, reconocerán a Dios y sus infinitas obligaciones para con él. En una multitud de lugares de la Escritura la palabra conocer debe entenderse así.

Para que yo habite entre ellos. Porque sin este reconocimiento y la consiguiente dependencia, gratitud y obediencia a Dios, no podrían esperar que él habitara entre ellos. Al habitar entre el pueblo, Dios muestra que sería un residente continuo en sus casas y en sus corazones; que sería su Dios, el único objeto de su culto religioso, al que deberían dirigirse y en el que deberían confiar en todas las dificultades y angustias; y que sería para ellos todo lo que el Creador podría ser para sus criaturas. Para que, en consecuencia, tuvieran la plena convicción de su presencia y bendición, y la conciencia de que ÉL era su Dios, y que ellos eran su pueblo. Así, pues, Dios mora entre los hombres para que le conozcan; y ellos deben conocerle para que siga habitando entre ellos. El que no conoce a Dios experimentalmente, no puede tenerlo como un Salvador residente; y el que no continúa conociéndolo, reconociéndolo, amándolo y obedeciéndolo, no puede retenerlo como su Preservador y Santificador. Desde el principio del mundo, la salvación de las almas de los hombres implicaba necesariamente las influencias internas de Dios. Lector, ¿tienes esta salvación? Sólo esto te sostendrá en todos tus viajes por este desierto, te consolará en la muerte y te dará valentía en el día del juicio. "Aquel", dice un antiguo escritor, "que tiene perdón puede mirar a su juez a la cara".

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