Le di la espalda a los (k) golpeadores, y mis mejillas a los que me arrancaban el cabello: no escondí mi rostro de la vergüenza y de los escupitajos.

(k) No rehuí a Dios por ninguna persecución o calamidad. Por lo que muestra que los verdaderos ministros de Dios no pueden esperar otra recompensa de los malvados, sino después de esta clase, y también ese es su consuelo.

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