REFLEXIONES

¡LECTOR! en la rápida sucesión de personas y familias, como se registra en este Capítulo, con qué sentimiento se nos enseña la pequeñez, e incluso la nada, de la naturaleza humana. De modo que en cada versículo se nos pide, en el lenguaje del Profeta, que exclamemos: Vuestros padres, ¿dónde están? Y los profetas, ¿viven para siempre? Pero ¡oh! Cuán precioso es, en medio de todo esto, contemplar a Jesús, que es el mismo ayer, hoy y siempre.

Pero nuevamente, ¿cómo se humilla la mente al considerar que, aunque las varias generaciones que este Capítulo registra vivieron como un día, sin embargo, en ese día cuántas transgresiones fueron numerosas? Aunque este linaje de Judá finalmente produciría la simiente santa, y en el estado intermedio debía poseer, en varias ramas de ellos, honores tanto reales como sacerdotales; sin embargo, nos encontramos con que todos participaron del mismo acervo común de una naturaleza caída, de los cuales se dice con verdad que no hay santo, ni siquiera uno.

¿Y por qué se conservaron, por qué se registran sus nombres con tanta precisión y exactitud? ¿No fue, bendito Jesús, porque todos te señalaron, te ministraron y en ti cumplieron los propósitos de su generación? ¿No dijo el Señor Jehová de todos ellos: No la destruyas, porque en ella hay bendición? Hay vida en la raíz; salvación en la acción; incluso Jesús plegado en la semilla, ¿en quién debería ser bendecida toda la familia? ¡Oh, gracia! ¡Oh, piedad! ¡oh, sabiduría! Cuán inescrutables son tus juicios, oh Señor; y tus caminos sin descubrir.

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