(4) Y los filisteos se juntaron, y vinieron y acamparon en Sunem; y Saúl reunió a todo Israel, y asentaron en Gilboa. (5) Y cuando Saúl vio el ejército de los filisteos, tuvo miedo, y su corazón se estremeció en gran manera. (6) Y cuando Saúl consultó al SEÑOR, el SEÑOR no le respondió, ni por sueños, ni por Urim, ni por profetas.

Es más que probable que Saúl, en su prisa por destruir a David, hubiera descuidado incluso los medios comunes de seguridad con respecto a su reino. Su ejército quizás disminuyó y se dispersó por el extranjero; de modo que cuando los filisteos se adelantaron con un ejército tan formidable, e incluso avanzaron hasta Sunem, que estaba en la tribu de Isacar, y en los límites del mismo Israel, hubo gran motivo de consternación. Pero todo esto no habría sido nada si Saúl hubiera hecho a Dios su amigo.

Israel había descubierto, en todas las ocasiones, mientras el Señor de los ejércitos libraba sus batallas, que uno perseguiría a mil y dos pondrían en fuga a diez mil. Pero cuando el Señor se convierte en su enemigo y para luchar contra ellos, esto resume la medida acumulada de la miseria humana.

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