REFLEXIONES

¡Qué interesante le parecía la ley de Dios al buen Josías! ¡Con qué peculiar alegría convocó a todo el pueblo para que asistiera a su lectura! Y con qué santo gozo celebró la pascua y renovó el pacto que Dios había hecho con sus padres. ¡Piensa, lector! ¡Te encomiendo cuál debería ser tu gozo y el mío al recibir el evangelio, el evangelio precioso y bendito del Dios siempre bendito! ¡Cómo deberíamos deleitarnos en asistir a las asambleas públicas y reunir a otros para que también asistan! Y si la mera celebración de la fiesta pascual en conmemoración fue tan interesante, que después de todo no era más que un tipo de cosas mejores, fundadas en mejores promesas, ¿cómo debería estallar nuestro gozo en la fiesta de Cristo nuestra Pascua, y con qué santo rapto? ¡deberíamos asistir a Jesús en su cena! ¡Oh! ¡Tú, Cordero de Dios! ¡Oh! tú que eres a la vez la Pascua, el sacrificio, el Sumo Sacerdote y el Altar de oro en el que se ofrecía el sacrificio. Sé tú mi gozo, mi sacrificio, mi justicia, todo el pacto y mi todo en todo.

Dejemos que se diga en verdad, que seguramente nunca se celebró una pascua como cuando Cristo fue sacrificado por su pueblo. Y nunca mi alma fue real y verdaderamente festejada, hasta que por fe feliz, comí de su carne y bebí de su sangre, por la cual tengo la vida eterna que permanece en mí.

No nos despidamos de Josías sin obtener una mejora más de la visión que el Espíritu Santo se complace en ofrecer de él. Aunque no siempre conviene eliminar las sombras de los hombres buenos, si el alma se deja llevar a mejorar puntos de vista que muestran la imperfección universal de la naturaleza, a fin de conducir a Jesús, entonces no solo podemos hacerlo con seguridad, pero también se benefician mucho de ella.

¡Sí, bendito Señor Jesús! dondequiera que miro, a quien dirijo mi atención, encuentro la fragilidad y la imperfección los marcan a todos. Pero en ti contemplo toda perfección, toda gloria. ¡Oh entonces! en ti mire sin cesar mi alma. Déjame contemplarte como Dios mi Padre te contempla a ti; y en la medida en que una pobre criatura finita pueda imitar el deleite infinito, diga mi alma arrebatada con humildes alientos: este es mi amado Jesús en quien me complazco para la salvación. Cuento todas las cosas excepto estiércol y escoria para conocerte. Sé tú mi gozo y mi porción para siempre.

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