REFLEXIONES

¡LECTOR! Qué correspondencia encontramos, en todas las épocas, en las circunstancias del pueblo de Dios. El Señor dijo en la caída que pondría enemistad entre la simiente de la mujer y la simiente de la serpiente; y cuán evidentes aparecen los efectos. Tanto en la vida civil como en la religiosa, qué falsas construcciones se imponen con frecuencia a las acciones mejor intencionadas. Y qué fundamentos injustos y viles hacen a veces los hombres del mundo, como los hijos de Ammón contra David, para encubrir su odio hacia el pueblo de Dios.

Pero principalmente, contra tu evangelio, ¡bendito Jesús! ¿Cómo se unen las mentes de todos los carnales para tratar tus generosas ofertas con desprecio y para abusar de tu preciosa salvación? ¿Es porque tus ofertas no tienen valor? ¿O porque los hombres no los necesitan? ¡Pobre de mí! ¿Qué sino la ceguera más consumada puede sugerir la única; o el engaño más horrible de la mente, podría dar lugar al otro. Pero ¡oh! Bendito Redentor, ya sea que los hombres escuchen o se abstienen, ¡con misericordia extiendes el cetro de la misericordia a mi alma! Derriba todas las fortalezas de Satanás; dame para ver, sentir, abrazar, regocijarme en la plenitud, la preciosidad y el valor eterno de tu redención rica, gratuita y consumada.

Y en todas las ofertas de gracia que estás haciendo, de paz y amistad (como hizo David al rey de Ammón) a las almas de los pecadores pobres, arruinados y deshechos; ¡Oh! Señor, acompaña tus ofertas con tu poder salvador, y haz que estén dispuestos a ser salvos a tu manera y propósito. Este, Señor, sé que será el caso de todos los que el Padre te ha dado, y cuya salvación has comprado con tu sangre y tu justicia; pero, ¡bendito Jesús! Corta esta obra con justicia: Date prisa, amado mío, y sé tú como el corzo o el ciervo en los montes de Beter.

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