REFLEXIONES

AQUÍ deje que mi alma se ponga de pie, donde el Profeta una vez estuvo, y cuando contemplo con el ojo de la fe, como él lo hizo entonces con la visión, las aguas que brotan de debajo del umbral de la casa del Señor, recordaría y contemplaría esa agua pura de vida, clara como el cristal, que también vio Juan, con el mismo sentido y por la misma causa, incluso desde el trono de Dios y del Cordero. ¡Sí! en verdad, oh Señor, todas las bendiciones fluyen hacia y desde Jehová en su triple carácter de Persona; Padre, Hijo y Espíritu Santo; por el Cordero, Cristo Jesús.

Y ¡oh! cuán llenas de gracia sanadora, soberana, vivificadora, purificadora, refrescante y santificante están todos los miles de arroyos. ¡Oh! ¡Qué aguas ricas, plenas, eternas, eternas y desbordantes son estas! ¡Cómo se ejecutan en las ordenanzas del Evangelio y a través de los diversos medios de gracia! En algunos lugares hasta los tobillos, en otros hasta las rodillas, en otros hasta los lomos, y en otros hasta convertirse en un río para que se bañen las almas redimidas. ¡Seguramente son comisionados por Aquel de quien proceden, para dar vida, y para darla en abundancia! ¡Son sólo aquellas almas pantanosas y cenagosas que resisten la corriente vivificante, las que se entregan a la esterilidad perpetua! Pero en todas partes, incluso en el Mar Muerto de los corazones de los pecadores muertos, de donde viene esta agua, cobra vida inmediata.

En verdad, bendito Jesús, si bien puedes llamar a este manantial perenne agua viva; y el agua de vida; porque brota en mi alma, y ​​en cada alma a quien haces participar de él, un manantial de agua que brota para vida eterna. ¡Oh! ¡Por cada pobre pecador que oye hablar de esta corriente vivificante, que venga a ella, libremente dada como es, sin dinero y sin precio!

¡Lector! contemple las muchas cosas benditas de las misericordias evangélicas contenidas en este hermoso Capítulo. He aquí los arroyos de la gracia; he aquí los árboles de la vida en las orillas del río, y los muchos, sí, muchísimos árboles que plantó a la diestra del Señor, a ambos lados. Contempla esas aguas vivas que salen hacia el País del Este y hacia el desierto de nuestra pobre naturaleza seca. Y luego miremos hacia arriba conmigo, sí, miremos juntos hacia la gran fuente y fuente de esas misericordias, en Jesús, y oremos al Señor para que envíe los arroyos sanadores en todas direcciones, para bendecir a la Iglesia de nuestro Señor. Jesús por toda la tierra habitable. ¡Oh río sagrado! alegras la ciudad de nuestro Dios. Amén.

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