REFLEXIONES

¡LECTOR! Detengámonos en la triste mirada de este Capítulo, en su contenido, porque es de lo más solemne: ¡y consideremos bien, la espantosa representación aquí dada, del corazón humano! ¿Podría haberse concebido posible, que mientras toda una nación apestaba bajo los castigos del Señor, en uno de sus dolorosos juicios de cautiverio; ¡Que los pocos que fueron salvados por la misericordia divina pudieron desafiar la justicia divina con tan horrible impiedad! ¡Pero lector! en Israel, solo leemos la historia de todo el mundo y de cada corazón.

Tan muy cierto, y tan universalmente justo, es esa escritura, todo el mundo se vuelve culpable ante Dios. ¿Quién contará las muchas transgresiones que surgen en un corazón, y en un solo día, contra la soberanía de Dios? ¿Quién anotará la multitud que, en conjunto, se encuentra ese día en un solo pueblo o aldea? ¿Y quién describirá la paciencia y la longanimidad de Dios, ante cuya vista, y ante cuyo ojo todo discernimiento, la gran masa de transgresiones humanas, de toda la tierra, surge cada día, y todo el día, en una nube acumulada? de atrevida ofensa? ¡Oh! ¡Cuán bendita, cuán verdaderamente bendita aquella proclamación hecha por el Señor de sí mismo, en el monte santo, cuando pasó y proclamó al Señor, el Señor Dios, misericordioso y misericordioso, sufrido y abundante en bondad y verdad! ¡Precioso Señor Jesús! ¡Cuán verdaderamente se ve en ti, y en tu gran salvación, las evidencias de esta verdad divina! En verdad, aquí tu Iglesia contempla la maravillosa gracia y misericordia desplegadas en su plenitud.

En ti el Señor Jehová ha mostrado que guarda misericordia por millares, y perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado. En ti, y por tu sangre y justicia, el Señor ha testificado claramente que de ninguna manera libra al culpable sin un sacrificio equivalente. ¡Señor! Ayude tanto al Escritor como al Lector, a caer bajo el más profundo sentido del pecado, y a mirar hacia arriba, bajo la más humilde esperanza de aceptación, en Jesús. Bendito para siempre, bendito sea el Señor, que tanto amó al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todos los que creen en él no se pierdan, mas tengan vida eterna.

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