Habiendo recordado a su pueblo lo que había pasado; y les hizo comprender que el Señor no había olvidado la más mínima tendencia de su afecto hacia él; ahora comienza a protestarles por toda su ingratitud y rebelión. Y para darle mayor fuerza a su queja, los desafía a que demuestren causa, si algo en él podría haberles dejado la menor disculpa. Lector, piense qué agravante es para todas nuestras transgresiones, que estén contra el mejor de todos los amigos, el más amable de todos los parientes.

No sé lo que sientes en la reseña; pero en lo que a mí respecta, no tengo escrúpulos en decirlo, que el desprecio por mí mismo, que a veces experimento, al recordar lo que pasa en una naturaleza caída, es para mí abundantemente aumentado, por la consideración de que todas nuestras ofensas están dirigidas contra Dios. Sería imposible ofender en un solo caso, si primero, por el momento, no hubiéramos perdido toda reverencia y afecto también por la persona de Jesús.

Por tanto, toda protesta parece hablar con las palabras que tenemos ante nosotros, como si Jesús estuviera de pie y dijera; ¿Qué maldad has hallado en mí para que te hayas alejado de mí? Si Jesús habla así, seguramente le hiere el corazón.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad