REFLEXIONES

QUÉ motivos de acción de gracias y alabanza se derraman sobre mi alma de todos lados, al leer este capítulo, mientras considero y comparo mis privilegios y mi felicidad con los del pueblo del Señor de la antigüedad. Es cierto que tenían su séptimo año de sábados para recordarles los sábados en el Paraíso, de los cuales la transgresión de Adán privó a sus hijos; pero tengo en ese segundo Adán, el SEÑOR del cielo, (como el Apóstol más propiamente lo califica) un sábado eterno, en él y de él para disfrutar. ¡Oh! ¡que el ESPÍRITU bendito me dé por sus dulces influencias para descansar en JESÚS!

En este tiempo de Jubileo para el pobre cautivo y siervo que pueda contemplar por la fe, el emblema vivo de ese jubileo eterno en JESÚS, con el cual Él hace libre a su pueblo. ¡Oh! pariente Redentor, que hiciste sonar la trompeta de tu evangelio, nunca perderé de vista lo que fui por naturaleza y lo que soy ahora por gracia. Me hallaste, oh SEÑOR, siervo, en verdad, del pecado y de Satanás, al servicio de diversas concupiscencias y placeres; e incluso enamorado de mis cadenas, y reacio a la libertad.

Eternas alabanzas a tu amado nombre, porque has proclamado libertad al cautivo y me has hecho estar dispuesto a ser redimido en el día de tu poder. ¡Oh! que sea mi felicidad volver, como el israelita redimido, a la casa de mi PADRE, y ahora la herencia hipotecada y vendida está rescatada; Señor, guárdame de volverme a enredar en el viejo yugo de servidumbre. Y mientras contemplo a tantos a mi alrededor en las cadenas del pecado de la naturaleza, Señor dame gracia para adorar la misericordia distintiva de mi Libertador. Sea enteramente para alabanza de la gloria de tu gracia, en que me has hecho aceptado en el amado.

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