REFLEXIONES

¡Mi alma! detente en este Capítulo, y mira en la murmuración y desobediencia de Israel la imagen de tu propio corazón. ¿Cuántas veces te has lamentado por la designación de tu DIOS, cuando las cosas por un breve espacio de tiempo han parecido un poco frustrantes para la carne y la sangre? Muchas veces, desde que la gracia renovó tu corazón, has mirado atrás a los días de tu falta de regeneración, y como Israel, a las ollas de carne de Egipto, parecías pensar, en una hora de enojo, que era mejor para ti entonces que ahora.

¡SEÑOR! dame la gracia de admirar y adorar, en las reseñas de tu tolerancia y longanimidad, cuán inmutable es tu amor para tu pueblo. Bien puede decirse acerca de la soberanía de tus tiernos propósitos, como hiciste con la iglesia de antaño, yo soy el SEÑOR, no cambio, por tanto, los hijos de Jacob no habéis sido consumidos.

Pero mi alma, principalmente a la vista de este Capítulo, lo contemplas en su sacerdocio eterno, a quien Moisés personificó cuando el pueblo clamó a él en su angustia, y él oró al SEÑOR. ¡Sí! ¡Tú siempre precioso JESÚS! fuiste nombrado nuestro gran Sumo Sacerdote con un juramento; y nuestro DIOS y PADRE te ha ungido de la manera más solemne para ser nuestro sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.

Ayúdame, pues, en todas mis aflicciones y angustias a causa del pecado, para estar mirando a ti, poderoso para salvar. Ayúdame también a alimentarme de ti por fe, y nunca, nunca menosprecies o desprecies este maná celestial; ni codicies las ollas de carne del apetito carnal. Que un misericordioso DIOS y PADRE tome de su ESPÍRITU SANTO y revísteme, como a los setenta ancianos; y que esta sea mi felicidad bajo tan graciosa influencia, vivir en la constante aprehensión del conocimiento y disfrute del misterio de Dios. DIOS, y del PADRE, y de CRISTO.

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