REFLEXIONES

Bendito sea ese ESPÍRITU SANTO, el Maestro de mi alma, de cuya influencia se me permite mirar más allá de la dispensación levítica, en esas ciudades de refugio, y contemplar en ellas los evidentes emblemas de él, y su completa seguridad, que alberga todo lo que huye a él del vengador de los pobres pecadores culpables. ¡Oh! Querido Redentor, que el ministerio de tu ESPÍRITU me guíe continuamente hacia ti, y que no me detenga antes de la seguridad que has brindado, en tus heridas abiertas, para la salvación de mi alma.

Tampoco estaré en el peligro al que estuvo expuesto el pueblo bajo la dispensación levítica, por la muerte del Sumo Sacerdote; porque tú, bendito JESÚS, vives para siempre, y la eficacia de tu expiación es siempre la misma.

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