Y hallando discípulos, nos detuvimos allí siete días; quien dijo a Pablo por medio del Espíritu que no subiera a Jerusalén.

La despedida de los ancianos estuvo acompañada de tales dificultades que Pablo y sus compañeros literalmente tuvieron que arrancarse de sus brazos, tan amargamente sintieron la separación del amado apóstol. Pero finalmente se embarcaron y zarparon casi rumbo al sur hasta la isla de Coos o Cos, justo antes de la apertura del Golfo de Cerámica, frente a la costa de Caria, un distrito del Asia Proconsular.

Con un viento fuerte y favorable recorrieron esta distancia en un día. Al día siguiente, con vientos casi igualmente favorables, lograron llegar al puerto de Rodas, en la isla de Rodas, donde yacía postrado el gran Coloso, la torre de luz del puerto. A partir de aquí su curso fue casi hacia el este, a la ciudad de Patara, en Lycia. Aquí dejaron el barco que los había llevado desde Troas, ya sea porque ese era su destino, o porque el barco estaba ocupado en el tráfico costero y resultaría demasiado lento para su propósito.

Consiguieron pasaje en un barco que se dirigía directamente a Fenicia, subieron a bordo y zarparon. A su debido tiempo avistaron la isla de Chipre, memorable para Pablo debido al trabajo que había hecho allí años antes; pero la dejaron a la izquierda, es decir, pasaron la isla por el sur navegando directamente a Siria, a cuya provincia pertenecía Fenicia. El barco ancló en Tiro durante una semana para descargar su cargamento, y Pablo y sus compañeros desembarcaron.

La descarga estuvo acompañada de considerables problemas y ocupó mucho tiempo, ya que incluía también el transporte a la ciudad de los fardos, bultos y cajas. Naturalmente, el grupo del apóstol no perdió tiempo en buscar a los discípulos, ya que sabían que había una congregación en la ciudad (un buen ejemplo a seguir para los viajeros cristianos de nuestros días). Habiendo tenido éxito en su búsqueda, se quedaron en Tiro siete días.

Estos discípulos, algunos de ellos, recibieron aquí una revelación especial a través del Espíritu acerca de al menos el destino general que le esperaba a Pablo, y le dijeron repetidamente que no subiera a Jerusalén. Esta advertencia parece no haber sido incluida en la revelación, sino que fue añadida a causa de su solicitud por el bienestar del apóstol, quien, sin embargo, a pesar de todas las súplicas, no se inmutó en su determinación.

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