Y sé que su mandamiento es vida eterna; todo lo que hablo, por tanto, como el Padre me dijo, así hablo.

En forma de paréntesis el evangelista registra un hecho relativo a algunos de los gobernantes de los judíos, miembros del gran concilio, el Sanedrín. Unos pocos de éstos habían ganado la convicción de que Jesús era el Mesías, porque no podían negar la evidencia de Sus palabras y obras. Pero aún no habían alcanzado esa firmeza de fe que se manifiesta en la confesión abierta. Temían a los fariseos y sus amenazas de excomunión; amaban más la honra y la gloria de los hombres que la de Dios.

Y así, la joven planta de la fe fue sofocada casi de inmediato. La fe no puede crecer ni siquiera mantenerse en una atmósfera tan confinada. Nota: Este destino alcanza a muchas personas en nuestros días que temen el ridículo, el desprecio, la persecución del mundo. La fidelidad a Cristo no debe retroceder ante las pruebas y persecuciones, sino mantenerse firme y leal de su lado hasta el final.

El evangelista registra ahora, en conclusión, las palabras que Jesús dirigió al pueblo al marcharse, resumen de todos sus discursos durante los últimos días de su vida, tal como fueron dirigidos al pueblo en el Templo. Llamó en voz alta, para llamar la atención sobre sus palabras y fortalecer la impresión que pretendía causar. La fe en Cristo y la fe en Dios es lo mismo, porque las dos son una, y Jesús es el embajador de Su Padre.

El que ve a Cristo con los ojos de la fe, tiene así un conocimiento y una comprensión del Padre. Sólo por Cristo ya la luz de su obra de redención se puede conocer al Padre. Sin Cristo, la imagen de Dios puede ser, en el mejor de los casos, una caricatura, parecida a las ideas de los gentiles acerca de su Dios supremo. Jesús ha venido al mundo como la Luz verdadera, y no en última instancia para arrojar luz sobre el Padre y sobre Su relación con la humanidad.

Mientras ilumina las mentes entenebrecidas de los hombres, les muestra a Dios como su Padre, y les permite creer en este Padre con todo su corazón. Como una luz vino Jesús, y el que cree en Él sale de las tinieblas de la incredulidad y se llena de la luz divina. Es una locura que cualquiera sea un mero oidor de la Palabra y no guarde y guarde Sus dichos en un corazón sincero. Tal persona Cristo no juzgará; él tiene su juicio en sí mismo.

En lo que respecta a Cristo, su objetivo al venir al mundo no fue juzgar y condenar al mundo, sino salvar al mundo; Él no tiene ningún interés en la condenación de los hombres, sino sólo en su salvación eterna. Pero el que desprecia a Cristo y repudia Sus dichos, Su Evangelio, por eso se condena a sí mismo. Y en el último día esa misma Palabra probará su perdición. Se le dirá que rechazó el mensaje que le ofrecía la salvación gratuitamente, por pura gracia y misericordia.

De nuevo, no es el celo por sí mismo y por su honor lo que hace que Jesús insista tanto, sino el afán por cumplir el mandamiento de su Padre. Tanto sus declaraciones públicas como privadas se regían por esta consideración. Hay acuerdo perfecto, unidad absoluta, entre el Padre y el Hijo. Su mandamiento y el mandamiento de Dios son idénticos; lo único que Dios quiere más que cualquier otra cosa para todos los hombres, y por lo que quiere que todos los hombres luchen por ello, es la vida eterna.

Él tiene una sola voluntad, y esa es Su buena y misericordiosa voluntad de que todos los hombres sean salvos. En esto la voluntad del Hijo coincide exactamente con la voluntad del Padre. Por eso Jesús ha estado hablando y predicando y repitiendo su mensaje glorioso, porque quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

Resumen. Cristo entra en Jerusalén en medio de la aclamación del pueblo, después de haber sido ungido en Betania por María, predica su glorificación a través de su sufrimiento y muerte, e insta a los hombres a tener fe en Él y en su Padre.

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