Y él se entristeció por esta palabra y se fue afligido; porque tenía grandes posesiones.

A pesar de la tonta respuesta del joven, Jesús lo miró con seriedad, con cariño, lo miró con amor. Lo amaba, no sólo por su juventud, su fervor y su evidente sinceridad, sino porque quería, si era posible, salvar su alma. El hombre estaba tan completamente inconsciente de su condición espiritual que sólo una fuerte medicina lo despertaría a la comprensión de sus necesidades.

Lo atacó por su lado más débil. Sabiendo que el hombre era rico, le dijo que vendiera todo lo que tenía y se lo diera a los pobres. Este abandono de los bienes más queridos para él, en los que había puesto su corazón, por causa del Señor, le aseguraría un tesoro en el cielo. Y eso también lo convertiría en un discípulo apto de Jesús, uno que sería fiel a su discipulado. Esta fue la prueba del Señor para convencer al hombre de lo lejos que estaba todavía de la perfección, de lo mucho que le faltaba todavía el amor a Dios y al prójimo, de lo completamente que su corazón estaba todavía atado a sus riquezas.

El cumplimiento perfecto de la Ley se exige de todo el mundo. Amar a Dios sobre todas las cosas incluye una entrega total a Él. Por lo tanto, si Él exige, por causa del Reino, que renunciemos a todas nuestras posesiones terrenales, sí, la vida misma, por Su causa, y sirvamos a nuestro prójimo con humildad, no debe haber vacilación de nuestra parte. Este joven no estuvo a la altura de la prueba. Su rostro se nubló ante la palabra de Jesús.

Con una cara triste y un corazón apesadumbrado se alejó. Sus grandes riquezas fueron su perdición, porque en ellas había puesto su afecto. Su asombrada confusión ante la demanda de Cristo lo alejó del Salvador. De manera similar, miles de personas que han entrado en contacto con el Evangelio y la obra de la Iglesia están suficientemente dispuestas a escuchar, mientras se enorgullecen de la perfección de sus vidas.

Pero cuando se pide un sacrificio por causa del Salvador, su celo se enfría muy rápidamente. Entonces pierden interés en la obra de la Iglesia y vuelven a la vida que les ofrece más para el presente. Pero esta vida no es el final.

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