Levántense, vamos; he aquí, se acerca el que me entregará.

Sin tregua, sin ayuda, Su alma acosada había luchado con la muerte y el infierno. Y Su cuerpo estaba fatigado hasta el punto de agotamiento total. Arrastrándose finalmente hacia Sus discípulos dormidos, les dice, no con ironía ni reproche, sino con completa resignación: Por lo que a mí respecta, podéis seguir durmiendo ahora; esta batalla ha terminado, ya no es necesaria vuestra vigilancia en Mi favor. Pero es mejor por su propio bien que se levanten ahora, porque la hora de Su traición está cerca.

El traidor, que había de entregarlo en manos de los gentiles para que lo mataran, se acercaba a lo lejos. Claramente, resonantemente da Su orden: ¡Levántense, vamos! No hay vacilación, no hay encogimiento ahora. No es como un fugitivo a quien los oficiales de la ley deben buscar y finalmente sacar de su escondite; Es como un conquistador que se encuentra con los vencidos.

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