Y sucedió que mientras Saúl hablaba con el sacerdote, el ruido que había en el ejército de los filisteos continuaba y aumentaba; y Saúl dijo al sacerdote: Retira tu mano.

Retira tu mano. El sacerdote, investido con el efod, oraba con las manos levantadas y extendidas. Saúl, percibiendo que la oportunidad invitaba y que Dios parecía haberse pronunciado suficientemente a favor de su pueblo, pidió al sacerdote que cesara, para que pudieran unirse inmediatamente a la contienda. Había pasado el tiempo de la consulta, había llegado el momento de la acción rápida.

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