Entonces Elí llamó a Samuel, y dijo: Samuel, hijo mío. Y él respondió: Heme aquí.

Entonces Elí llamó a Samuel. La carga de esta comunicación a Samuel fue una extraordinaria premonición de los juicios que se avecinaban sobre la casa de Elí; y el anciano sacerdote, habiendo descubierto el doloroso secreto del simple niño, exclamó: "Es el Señor; que haga lo que bien le parezca". Tal es el espíritu de sumisión mansa y sin murmuraciones en el que debemos recibir las dispensaciones de Dios, por severas y aflictivas que sean.

Pero, para formarnos una estimación correcta del lenguaje y la conducta de Elí en esta ocasión, debemos considerar la abrumadora acumulación de juicios denunciados contra su persona, sus hijos, su descendencia, su altar y nación. Con una perspectiva tan amenazante ante él, su piedad y mansedumbre fueron maravillosas. En su carácter personal parece haber sido un buen hombre, pero su conducta relativa fue flagrantemente mala; y aunque sus desgracias reclaman nuestra simpatía, es imposible aprobar o defender el proceder débil e infiel que, en la justicia retributiva de Dios, le trajo estas adversidades.

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