Pero Joiada envejeció, y estaba lleno de días cuando murió; ciento treinta años tenía cuando murió.

Joiada envejeció y... murió. Su vida, prolongada hasta una longevidad insólita, y dedicada al servicio de su patria, mereció algún tributo de gratitud pública, y esto se rindió en los honores póstumos que se le concedieron. Entre los hebreos, el enterramiento intramuros estaba prohibido en toda ciudad menos en Jerusalén, y allí se hacía excepción únicamente a la familia real y personas de eminente mérito, a quienes se confería la distinción de ser sepultados en la ciudad de David, entre los reyes, como en el caso de Joiada.

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