Y Judá dijo: ¿Qué diremos a mi señor? ¿Qué hablaremos? o ¿cómo nos limpiaremos? Dios ha descubierto la iniquidad de tus siervos: he aquí, somos siervos de mi señor, tanto nosotros como aquel en cuya posesión se encuentra la copa.

Judá... ¿Qué diremos?. Este discurso no necesita comentarios. Al principio consiste en frases cortas y entrecortadas, como si, bajo la fuerza abrumadora de las emociones del orador, su expresión se ahogara, pero se vuelve más libre y copiosa por el esfuerzo de hablar, a medida que avanza. Cada palabra llega al corazón, y se puede imaginar que Benjamín, que se quedó sin palabras, como una víctima a punto de ser colocada en el altar, cuando escuchó la magnánima oferta de Judá de someterse a la esclavitud para su rescate, estaría ligado por una gratitud de por vida a su generoso hermano, un vínculo que parece haberse convertido en hereditario en su tribu.

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