Y el que blasfemare el nombre de Jehová, ciertamente se le dará muerte, y toda la congregación ciertamente lo apedreará, así el extranjero, como el nacido en la tierra, cuando blasfemare el nombre de Jehová, será condenado a muerte.

Tanto el forastero como el nacido en la tierra. Aunque los extranjeros no estaban obligados a circuncidarse, al unirse al campamento de los israelitas se hicieron sujetos a la ley, especialmente a la relacionada con la blasfemia. De la decisión del oráculo en este caso, los judíos derivaron la práctica supersticiosa de no pronunciar el nombre de Yahvé.

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