Y se postraron sobre sus rostros, y dijeron: Oh Dios, Dios de los espíritus de toda carne, ¿pecará un solo hombre, y te enojarás con toda la congregación?

Oh Dios, Dios de los espíritus de toda carne. La benévola importunidad de su oración era tanto más notable cuanto que la intercesión se hacía por sus enemigos.

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