El corazón del justo se afana para responder, pero la boca de los impíos derrama males.

El corazón del justo busca responder (no habla nada sin la debida premeditación; no 'derrama' precipitadamente lo que sobresale), pero la boca de los impíos vierte maldad, en gran abundancia y sin interrupción. No "estudia" de antemano qué "responder". Hablando tanto, no puede dejar de hablar "cosas malas". No su corazón, como en el caso de los justos, sino su "boca" toma la delantera.

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