Lucas 7:1-50

1 Una vez concluidas todas sus palabras al pueblo que lo escuchaba, Jesús entró en Capernaúm.

2 Y el siervo de cierto centurión, a quien este tenía en mucha estima, estaba enfermo y a punto de morir.

3 Cuando oyó hablar de Jesús, le envió ancianos de los judíos para rogarle que fuera y sanara a su siervo.

4 Ellos fueron a Jesús y le rogaban con insistencia, diciéndole: — Él es digno de que le concedas esto

5 porque ama a nuestra nación y él mismo nos edificó la sinagoga.

6 Jesús fue con ellos. Y cuando ya no estaban muy lejos de su casa, el centurión le envió unos amigos para decirle: — Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo.

7 Por eso no me tuve por digno de ir a ti. Más bien, di la palabra y mi criado será sanado.

8 Porque yo también soy hombre puesto bajo autoridad y tengo soldados bajo mi mando. Y digo a este: “Ve”, y él va; digo al otro: “Ven”, y él viene; y digo a mi siervo: “Haz esto”, y él lo hace.

9 Cuando Jesús oyó esto, se maravilló de él y, dándose vuelta, dijo a la gente que lo seguía: — ¡Les digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe!

10 Cuando volvieron a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo.

11 Aconteció que, poco después, él fue a la ciudad que se llama Naín. Sus discípulos y una gran multitud lo acompañaban.

12 Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar a un muerto, el único hijo de su madre la cual era viuda. Bastante gente de la ciudad la acompañaba.

13 Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: — No llores.

14 Luego se acercó y tocó el féretro, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces le dijo: — Joven, a ti te digo: ¡Levántate!

15 Entonces el que había muerto se sentó y comenzó a hablar. Y Jesús lo entregó a su madre.

16 El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios diciendo: — ¡Un gran profeta se ha levantado entre nosotros! ¡Dios ha visitado a su pueblo!

17 Y esto que se decía de él se difundió por toda Judea y por toda la tierra de alrededor.

18 A Juan le informaron sus discípulos acerca de todas estas cosas. Entonces Juan llamó a dos de sus discípulos

19 y los envió al Señor para preguntarle: “¿Eres tú aquel que ha de venir, o esperaremos a otro?”.

20 Cuando los hombres vinieron a Jesús, le dijeron: — Juan el Bautista nos ha enviado a ti, diciendo: “¿Eres tú aquel que ha de venir, o esperaremos a otro?”.

21 En aquella hora Jesús sanó a muchos de enfermedades, de plagas y de espíritus malos; y a muchos ciegos les dio la vista.

22 Y respondiendo, les dijo: — Vayan y hagan saber a Juan lo que han visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son hechos limpios, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres se les anuncia el evangelio.

23 Bienaventurado es el que no toma ofensa en mí.

24 Cuando se fueron los mensajeros de Juan, Jesús comenzó a hablar de Juan a las multitudes: — ¿Qué salieron a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento?

25 Entonces, ¿qué salieron a ver? ¿Un hombre vestido de ropa delicada? He aquí, los que llevan ropas lujosas y viven en placeres están en los palacios reales.

26 Entonces, ¿qué salieron a ver? ¿Un profeta? ¡Sí, les digo, y más que profeta!

27 Este es aquel de quien está escrito: He aquí envío mi mensajero delante de tu rostro, quien preparará tu camino delante de ti.

28 Les digo que entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan. Sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él.

29 Al oírle, todo el pueblo y los publicanos justificaron a Dios, siendo bautizados con el bautismo de Juan.

30 Pero los fariseos y los intérpretes de la ley rechazaron el propósito de Dios para ellos, no siendo bautizados por él.

31 — ¿A qué, pues, compararé a los hombres de esta generación? ¿A qué son semejantes?

32 Son semejantes a los muchachos que se sientan en la plaza y gritan los unos a los otros diciendo: “Les tocamos la flauta y no bailaron; entonamos canciones de duelo y no lloraron”.

33 Porque ha venido Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino, y dicen: “¡Demonio tiene!”.

34 Ha venido el Hijo del Hombre que come y bebe, y dicen: “¡He aquí un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores!”.

35 Pero la sabiduría es justificada por todos sus hijos.

36 Uno de los fariseos le pidió que comiera con él; y cuando entró en la casa del fariseo se sentó a la mesa.

37 Y he aquí, cuando supo que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, una mujer que era pecadora en la ciudad llevó un frasco de alabastro con perfume.

38 Y estando detrás de Jesús, a sus pies, llorando, comenzó a mojar los pies de él con sus lágrimas y los secaba con los cabellos de su cabeza. Y le besaba los pies y los ungía con el perfume.

39 Al ver esto, el fariseo que lo había invitado a comer se dijo a sí mismo: — Si este fuera profeta conocería quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, porque es una pecadora.

40 Entonces, respondiendo Jesús le dijo: — Simón, tengo algo que decirte. Él dijo: — Di, Maestro.

41 — Cierto acreedor tenía dos deudores: Uno le debía quinientas monedas, y el otro solamente cincuenta monedas.

42 Como ellos no tenían con qué pagar perdonó a ambos. Entonces, ¿cuál de estos lo amará más?

43 Respondiendo Simón, dijo: — Supongo que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: — Has juzgado correctamente.

44 Y vuelto hacia la mujer, dijo a Simón: — ¿Ves esta mujer? Yo entré en tu casa y no me diste agua para mis pies; pero esta ha mojado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos.

45 Tú no me diste un beso, pero desde que entré, esta no ha cesado de besar mis pies.

46 Tú no ungiste mi cabeza con aceite, pero esta ha ungido mis pies con perfume.

47 Por lo cual te digo que sus muchos pecados son perdonados puesto que amó mucho. Pero al que se le perdona poco, poco ama.

48 Y a ella le dijo: — Tus pecados te son perdonados.

49 Los que estaban con él a la mesa comenzaron a decir entre sí: — ¿Quién es este que hasta perdona pecados?

50 Entonces Jesús le dijo a la mujer: — Tu fe te ha salvado; vete en paz.

ES SANADO EL SIERVO DE UN CENTURION. Véase el comentario acerca de Mateo 8:5.

4. es digno de concederle esto—un testimonio muy precioso, que viene de los que probablemente eran extraños al principio por el cual él obraba. (Eclesiastés 7:1).

5. ama nuestra nación—habiendo hallado que “la salvación es de los judíos”, los amaba por esto. nos edificó, etc.—su amor tomó esta forma práctica y apropiada.

11-17. EL HIJO DE LA VIUDA DE NAIN RESUCITADO. (En Lucas sólo.).

11. Naín—aldea pequeña, no mencionada en otra parte de las Escrituras, y probablemente visitada sólo una vez por nuestro Señor; estaba situada al sur del Monte Tabor, como doce millas (20 kilómetros) de Capernaum.

12. sacaban fuera—los cuerpos muertos, por ser ceremonialmente impuros, nunca eran enterrados dentro de las ciudades (aunque los reyes de la casa de David eran sepultados en la Ciudad de David), y la sepultura generalmente se efectuaba el mismo día de la muerte. unigénito, etc.—detalles lastimeros, contados con sencillez encantadora.

13, 14. el Señor—“Este sublime título es más usual en Lucas y Juan que en Mateo; Marcos mantiene término medio en tal uso.” [Bengel.] la vió, compadecióse de ella—¡Qué consuelo para millares de enlutados ha llevado este versículo de siglo a siglo!

14, 15. ¡Qué majestad y gracia unidas resplandecen en esta escena! ¡La Resurrección y la Vida en carne humana, con una palabra de mando, vuelve la vida al cuerpo muerto; la Compasión encarnada cita su poder absoluto para secar las lágrimas de una viuda!

16. ha visitado a su pueblo—más que traer de nuevo los días de Elías y Eliseo. (1 Reyes 17:17; 2 Reyes 5:32; y véase la nota acerca de Mateo 15:31.)

18-35. EL MENSAJE DEL BAUTISTA. LA RESPUESTA, Y EL DISCURSO RESULTANTE. Véase la nota acerca de Mateo 11:2.

29, 30. Y todo el pueblo oyéndole—“al oir (esto)”. Estas son observaciones del evangelista, no de nuestro Señor. y los publicanos—frase llamativa. justificaron a Dios, bautizándose, etc.—El sentido es: Que ellos reconocieron la sabiduría divina del ministerio preparatorio de Juan, para guiarlos a ellos a aquel que ahora les hablaba (véase el cap. 1:16, 17); mientras que los fariseos y sabios de la ley, fieles a su carácter en rechazar el bautismo de Juan, despreciaron también el propósito misericordioso de Dios en el Salvador mismo, para su propia destrucción.

31-35. Y dice el Señor, etc.—Así como niños enfadados y caprichosos, invitados por sus compañeros a tomar parte en sus pasatiempos, no quieren jugar con ellos a los casamientos ni a los funerales (imitaciones infantiles de las escenas gozosas y dolorosas de la vida), así aquella generación rechazó tanto a Juan como a Jesús: al uno porque era demasiado antisocial, más como un demoníaco que hombre racional; y al otro, porque era demasiado lo contrario, hombre dado a indulgencias animales, y que se asociaba con las clases más bajas de la sociedad. Pero los hijos de la Sabiduría la reconocen y la honran, sea en el traje austero del Bautista, sea en el estilo más atrayente de su Señor; sea en la Ley, sea en el Evangelio; sea en andrajos, sea en la realeza; porque “el alma harta huella el panal de miel; mas al alma hambrienta todo lo amargo es dulce”. (Proverbios 21:7).

36-50. LOS PIES DE CRISTO LAVADOS CON LAGRIMAS.

37. mujer … pecadora—una que había llevado una vida perdida. N. B.—No hay fundamento ninguno para la noción popular de que esta mujer fuera María Magdalena, ni sabemos cuál fué su nombre. Véase la nota acerca del cap. 8:2. un alabastro de ungüento—un vaso para perfumes, en algunos casos muy costoso (Juan 12:5). “El ungüento aquí tiene un interés peculiar, como la ofrenda por una penitente de lo que había sido un elemento de ayuda en su obra pecaminosa”. [Alford]. detrás a sus pies—puesto que para comer se recostaban con los pies hacia atrás. comenzó llorando a regar, etc.—a “regar con aguacero”. Las lágrimas, del todo involuntarias, se derramaban sobre sus pies desnudos, como ella se inclinaba a besarlos; y creyéndolos ensuciados más bien que lavados, por esto se apresuró a limpiarlos con la única toalla que tenía, los largos cabellos de su cabeza, “con los cuales los esclavos solían lavar los pies de sus amos.” [Stier]. besaba—la palabra significa “besar cariñosamente, acariciar”, y “besar repetidas veces”, lo que nos hace ver el v. 45, es el sentido expresado aquí. ¿Qué es lo que incitó esto? Mucho amor, nacido de un sentido de mucho perdón. Así dice aquel que conoció el corazón de ella, v. 47. Dónde se había hallado con Cristo antes, o qué palabras de él habían traído vida a su alma muerta y un sentido del perdón divino a su alma culpable, no sabemos. Pero probablemente ella habría sido de la multitud de “publicanos y pecadores” que la Compasión encarnada atraía tan a menudo a su derredor, y habría oído de sus labios algunas de aquellas palabras tales como nunca hablaba hombre: “Venid a mí, todos los que estáis trabajados”, etc. Ninguna entrevista personal entre ellos había habido hasta ahora; pero ella no podía más retener sus emociones dentro de sí, y habiendo hallado acceso a él (y entrado junto con él, v. 45). tales emociones se habían estallado en este estilo excelente pero muy sincero, como si toda su alma saliera para él.

39. el Fariseo—quien no había formado ninguna opinión definida acerca de nuestro Señor, y que lo invitó aparentemente para obtener materiales de juicio al respecto. habló entre sí, etc.—“¡Ah! ahora lo tengo; claro que él no sabe nada de la persona a la que permite que lo toque, por lo tanto. no puede ser profeta.” No tan rápido, Simón; tú no has comprendido todavía a tu invitado; pero él te ha comprendido a ti.

40-43. Como Natán con David, nuestro Señor oculta su estocada bajo el velo de una parábola, y hace que el mismo huésped pronuncie sobre el caso. Los dos deudores son la mujer y Simón; la criminalidad de la una es diez veces la del otro (a razón de “500” a “50”); pero siendo los dos igualmente deudores, los dos con igual franqueza son perdonados; y se le hace a Simón confesar que el deudor más grande a la misericordia perdonadora, se adherirá a su divino Bienhechor con la mayor gratitud. ¿Reconoce pues el Señor que Simón sería hombre perdonador? Veamos.

44-47. Entré … no diste agua—un cumplimiento usual a los invitados. ¿Fué éste “mucho amor”? ¿Fué en efecto algo de amor? No me diste beso—saludo de cortesía. ¿Cuánto amor hubo ahí? ¿Algo? con óleo … con ungüento—ni con aceite de olivo en contraste con el ungüento, o bálsamo aromático de la mujer. ¿Qué evidencia fué presentada así de algún sentimiento que el perdón produce? Nuestro Señor pronuncia esto con cortesía delicada, como si se sintiera herido por estos descuidos de su huésped, los cuales, aunque no prestados a los invitados invariablemente, eran las señales acostumbradas de respeto y estima calculados. La inferencia es clara: que sólo uno de los deudores fué perdonado, aunque en la primera instancia, para dar lugar para el juego de emociones refrenadas, se supone el perdón de ambos. sus muchos pecados—“aquellos muchos pecados de ella”, nuestro Señor, que confesaba cuánto más ella debía que el fariseo, ahora proclama en términos claros el perdón de su culpa. porque—no porque, como si el amor fuese la causa de su perdón, sino “en cuanto que”, o “en prueba de que”. La cláusula final del versículo, y toda la estructura de la parábola, manifiestan claramente que éste es el sentido. al que se perdona poco, poco ama—una intimación delicada irónica de que no hubo amor ni perdón—en el caso presente, del fariseo.

48. Y a ella dijo, etc.—una seguridad no buscada, que suele surgir inesperada en medio del deber activo y de afectos cálidos, mientras a menudo vuela de aquellos que están desanimados y paralizados por falta de ella.

49, 50. Y los … sentados … ¿Quién es éste,…? etc.—no hay que maravillarse de que ellos fuesen espantados al oir a uno que estaba recostado en el mismo lecho, y participaba de la misma hospitalidad con ellos mismos, asumiera la terrible prerrogativa de “aun perdonar pecados.” Pero lejos de retroceder de su pretensión, o de suavizarla, nuestro Señor sólo la repite, con dos preciosas añadiduras: la una que anunciaba cuál fué el único secreto del perdón que ella había experimentado, y que llevaba en sí la “salvación”; la otra, una gloriosa despedida de ella en aquella “paz” que ella ya había sentido, pero que ella ahora tiene pleno derecho de gozar. Esta escena maravillosa nos enseña dos verdades muy importantes: (1) Aunque hay grados de culpabilidad, la insolvencia o la inhabilidad de borrar la deshonra hecha a Dios, es común a todos los pecadores. (2) Así como Cristo es el gran Acreedor a quien toda deuda, sea grande, sea pequeña, contraída por los pecadores, se debe, así también a él le pertenece la prerrogativa de perdonarla. Esta verdad es desarrollada en la estructura y aplicación de la presente parábola como en ninguna otra parte. Entonces Jesús fué o un engañador blasfemo, o Dios manifestado en carne.

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