Romanos 5:1-21

1 Justificados, pues, por la fe tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo,

2 por medio de quien también hemos obtenido acceso por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.

3 Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce perseverancia,

4 y la perseverancia produce carácter probado, y el carácter probado produce esperanza.

5 Y la esperanza no acarrea vergüenza porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado;

6 porque, aún siendo nosotros débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos.

7 Difícilmente muere alguno por un justo. Con todo, podría ser que alguno osara morir por el bueno.

8 Pero Dios demuestra su amor para con nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

9 Luego, siendo ya justificados por su sangre, cuánto más por medio de él seremos salvos de la ira.

10 Porque si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, cuánto más, ya reconciliados, seremos salvos por su vida.

11 Y no solo esto, sino que nos gloriamos en Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, mediante quien hemos recibido ahora la reconciliación.

12 Por esta razón, así como el pecado entró en el mundo por medio de un solo hombre, y la muerte por medio del pecado, así también la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.

13 Antes de la ley, el pecado estaba en el mundo pero, como no había ley, el pecado no era tenido en cuenta.

14 No obstante, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, aun sobre los que no pecaron con una ofensa semejante a la de Adán, quien es figura del que había de venir.

15 Pero el don no es como la ofensa. Porque si por la ofensa de aquel uno murieron muchos, cuánto más abundaron para muchos la gracia de Dios y la dádiva por la gracia de un solo hombre: Jesucristo.

16 Ni tampoco es la dádiva como el pecado de aquel uno porque el juicio, a la verdad, surgió de una sola ofensa para condenación, pero la gracia surgió de muchas ofensas para justificación.

17 Porque si por la ofensa de uno reinó la muerte por aquel uno, cuánto más reinarán en vida los que reciben la abundancia de su gracia y la dádiva de la justicia mediante aquel uno: Jesucristo.

18 Así que, como la ofensa de uno alcanzó a todos los hombres para la condenación, así también la justicia realizada por uno alcanzó a todos los hombres para la justificación de vida.

19 Porque como por la desobediencia de un solo hombre muchos fueron constituidos pecadores, así también, por la obediencia de uno muchos serán constituidos justos.

20 La ley entró para agrandar la ofensa, pero en cuanto se agrandó el pecado sobreabundó la gracia

21 para que, así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor.

CAPITULO 5

LOS EFECTOS BENDITOS DE LA JUSTIFICACION POR LA FE. Habiendo concluído la comprobación de esta doctrina, el apóstol continúa tratando acerca de los frutos de la misma, pero reserva la plena consideración del tema para otra fase del argumento (cap. 8).

1. [Habiendo sido] Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios, etc.—Si hemos de ser guiados por la autoridad de los manuscritos, la lección correcta aquí, fuera de duda, es: “Tengamos paz:” lección que la mayoría rechaza, sin embargo, porque piensa que es ilógico exhortar a los hombres a que tengan lo que le toca a Dios darles, y porque el apóstol no está dando exhortación aquí sino expresando una verdad. Pero como parece arriesgado hacer a un lado el testimonio decisivo de los manuscritos, referente a lo que el apóstol en efecto escribió en preferencia a lo que opinamos que debió haber escrito, hagamos una pausa y preguntémonos: Si es el privilegio de los justificados “tener paz para con Dios,” ¿por qué no pudo el apóstol empezar la enumeración de los frutos de la justificación invitando a los creyentes a realizar esta paz que les pertenece, o a aprovechar el gozoso conocimiento de ella al hacerla suya propia? Y si esto fuera lo que él hizo en efecto, no sería necesario que continuara en el mismo estilo, y los demás frutos de la justificación los podría enumerar como simples hechos. Esta “paz” es primeramente un cambio en las relaciones de Dios para con nosotros; y luego, a consecuencia del mismo, es un cambio de nuestra parte para con él. Dios, por una parte, “nos ha reconciliado a sí por Jesucristo” (2 Corintios 5:18); y nosotros, por la otra, poniendo nuestro sello a esto, “somos reconciliados con Dios” (2 Corintios 5:20). La “propiciación” es el lugar de reunión; y así termina la controversia de ambas partes en una honorable y eterna “paz.”

2. Por el cual también tenemos [conseguida] entrada por la fe a esta gracia [o favor para con Dios] en la cual estamos firmes—(lit., “puestos en pie”)—Es decir, “Por la misma fe que primero nos da “paz para con Dios,” debemos nuestra entrada a este estado permanente que en el favor de Dios los justificados gozan.” Como es difícil distinguir esta gracia de la paz antes mencionada, concluímos que es solamente otra fase de la misma [Meyer, Philippi, Mehring], más bien que cosa nueva. [Beza, Tholuck, Hodge.] y nos gloriamos en la esperanza de la gloria—Véase nota, “esperanza,” v. 4.

3, 4. mas aun nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia—La paciencia soporta con calma aquello que quisiéramos fuera quitado, ya sea esto la privación del bien prometido (cap. 8:25), o la continuada experiencia de males positivos (como aquí). Existe en realidad una paciencia que proviene de la naturaleza no regenerada, y que tiene en sí algo de nobleza, pero que es en muchos casos engendro del orgullo, si no de algo aun más bajo. Se ha conocido a hombres que han padecido toda forma de privación, de tortura, y de muerte, sin murmurar y aun sin demostrar emoción visible, sencillamente porque sería indigno de ellos hundirse ante el mal inevitable. Pero este orgulloso valor estoico nada tiene en común con la gracia de la paciencia, la que es, o la mansa aceptación del mal porque es de Dios (Job 1:21; Job 2:10), o la tranquila espera del bien prometido hasta el tiempo conveniente que Dios disponga (Hebreos 10:36); en el pleno convencimiento de que todas esas pruebas son ordenadas de Dios, que hacen falta para la disciplina de los hijos de Dios, que no son sino por un tiempo determinado, y que no son enviadas sin abundantes promesas de “canciones en la noche.” Y la paciencia, prueba—No “experiencia”, como en la versión inglesa. Es el mismo vocablo traducido “prueba” en 2 Corintios 2:9; 2 Corintios 13:3; Filipenses 2:22; esto es, una evidencia experimental de que hemos creído por la gracia. y la prueba, esperanza—Es decir, la esperanza “de la gloria de Dios” preparada para nosotros. Así tenemos esperanza en dos sentidos distintos y en dos fases sucesivas de la vida cristiana: primero: inmediatamente después de creer, junto con la realización de la paz y del acceso permanente a Dios (v. 1); en seguida, después de que la realidad de esta fe haya sido “probada,” particularmente al soportar las pruebas enviadas para probarla. La esperanza la conseguimos primero con dirigir la mirada allá al Cordero de Dios; y luego con mirarnos a nosotros mismos transformados por aquella “mirada a Jesús.” En el primer caso, la mente obra (como se dice) objetivamente; en el otro, subjetivamente. El uno es (según dicen los teólogos) la seguridad de la fe; el otro el convencimiento de los sentidos.

5. Y la esperanza no avergüenza [como una esperanza vana]; porque el amor de Dios—No “nuestro amor a Dios,” como lo interpretan los expositores romanistas y algunos protestantes (siguiendo a algunos de los Padres); sino que es “el amor de Dios a nosotros,” como la mayoría de los expositores concuerdan. está derramado—copiosamente (comp. Juan 7:38; Tito 3:6). por el Espíritu Santo que nos es [mejor dicho, “fué”] dado—Esto es, en la gran difusión pentecostal que se contempla como la donación formal del Espíritu a la iglesia de Dios, para todo tiempo y para cada creyente. (Por vez primera se introduce al Espíritu Santo en esta Epístola.) Es como si el apóstol hubiese dicho: “¿Cómo nos podrá avergonzar esta esperanza de la gloria, que como creyentes alentamos, cuando sentimos a Dios mismo por el Espíritu que nos está dado, hinchiéndonos el corazón de dulces e irresistibles sensaciones del maravilloso amor de Dios en Cristo Jesús?” Esto lleva al apóstol a extenderse sobre el asombroso carácter de aquel amor.

6-8. Porque Cristo, cuando aun éramos flacos—Es decir, impotentes para salvarnos, y al punto de perecer. a su tiempo [a la sazón ordenada] murió por los impíos—Tres rasgos señalados del amor de Dios se dan: Primero, Cristo “murió por los impíos”, el carácter de los cuales lejos de merecer una interposición a favor de ellos, era del todo repulsivo a los ojos de Dios; segundo, él hizo esto, “cuando éramos flacos”, sin que nada hubiera entre nosotros y la perdición sino aquella divina compasión propia de Dios; en tercer lugar, lo hizo “a tiempo”, cuando más propiamente debía acontecer. (comp. Gálatas 4:4). Sobre los dos rasgos primeros el apóstol sigue discurriendo. apenas muere alguno por un justo—Por uno cuyo carácter es excepcional. podrá ser que … por el [uno] bueno—quien, además de ser excepcional, se distingue por su bondad, es decir, un benefactor a la sociedad—osara morir—es decir: “Apenas ocurre el caso de que haya uno que se sacrifique a sí mismo a favor de uno meramente justo; sin embargo, por uno que es una bendición para la sociedad, puede ser que se halle un ejemplo de tan noble entrega de la vida.” [Así Bengel, Olshausen, Tholuck, Alford, Philippi.] (Hacer que “el justo” y “el bueno” aquí se refiera a la misma persona, y que todo el sentido sea que “aunque raro el caso puede ocurrir de uno que haga el sacrificio de su vida por uno de carácter digno” [como Calvino, Fritzsche, Jowett], es excesivamente insulso. Mas Dios encarece [“manifiesta”, “patentiza”—en glorioso contraste con todo lo que los hombres hacen, o no hacen unos por otros] su caridad [“su amor”] para con nosotros, porque siendo aún pecadores—Esto es, en una condición no de “bondad” positiva ni aun de “justicia” negativa, sino al contrario, en una condición de “pecado”, la cual su alma aborrece—Cristo murió por nosotros—He aquí la imponente inferencia, enfáticamente reduplicada.

9, 10. Luego mucho más ahora, [habiendo sido] justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira, Porque si siendo [cuando éramos] enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida—Es decir, “Si ya está consumada aquella parte de la obra de nuestro Salvador que le costó su sangre, y que fué realizada en bien de personas que son incapaces de la más mínima simpatia para con el amor de Cristo y de sus labores en favor de ellas mismas, o sea, su “justificación” y su “reconciliación”, ¿con cuánta más razón terminará lo que resta hacer, puesto que ha de hacerlo no ya con las agonías mortales, sino en la “vida” imperturbable, ya no a favor de enemigos, sino a favor de amigos—de los cuales recibe a cada paso el reconocimiento agradecido de almas redimidas que le adoran?” La expresión “seremos salvos de la ira por él,” denota aquí toda la obra de Cristo en favor de los creyentes, desde el momento de la justificación, cuando la ira de Dios se aleja de ellos, hasta que el Juez del gran trono blanco descargue aquella ira sobre los que “no obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo,” y aquella obra puede ser recapitulada en “guardarlos de caer y en presentarlos sin mancha ante la presencia de su gloria con grande gozo” (Judas 1:24): así son ellos “salvados por él de la ira.”

11. Y no sólo esto, mas aun nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por [medio de] el cual hemos ahora recibido la reconciliación—Los efectos susodichos de la justificación eran en favor nuestro y evocaban la gratitud; este último puede ser denominado un efecto puramente desinteresado. Nuestro primer sentir para con Dios al experimentar la paz en él, es el de una gratitud entrañable por una salvación tan costosa; pero no bien hubimos aprendido a clamar “Abba, Padre,” al sentir la dulce emoción de la reconciliación, cuando el hecho de “gloriarnos” en él toma el lugar del terror que sentíamos hacia él, y ahora nos parece ser “enteramente deseable.”—Sobre esta sección, nótese: (1) ¡Con cuánta gloria el evangelio proclama su origen divino, basando toda obediencia acepta a Dios en la “paz para con Dios,” asentando los cimientos de esta paz en una justa “justificación” del pecador “por medio de nuestro Señor Jesucristo”. y haciendo que esto sea la entrada a un estado permanente en el favor divino, y una triunfante expectación de gloria futura! (vv. 1, 2). Otra paz, digna del nombre de paz, no la hay; y como los que son ajenos a esta paz no ascienden a tan alta comunión con Dios, no tienen ni el gusto ni el deseo de ella. (2) Como sólo los creyentes poseen el verdadero secreto de la paciencia bajo las pruebas, y aunque éstas son en sí “no de gozo, sino de tristeza” (Hebreos 12:17), cuando son enviadas por Dios y ofrecen la oportunidad al creyente para manifestar su fe por la gracia de la paciencia al soportarlas, debieran “tenerlo por sumo gozo” (vv. 3, 4; véase Santiago 1:2). (3) La “esperanza,” en el sentido neotestamentario de la palabra, no es un grado menor de la fe ni de seguridad (como muchos dicen: Tengo esperanza del cielo, pero no la seguridad de él); sino que invariablemente significa “la confiada expectación del bien futuro.” Presupone la fe; y aquello que la fe nos asegura que será nuestro, la esperanza confiadamente lo aguarda. Al alentar esta esperanza, la mira del alma dirigida objetivamente a Cristo como la base de la misma, y la dirigida subjetivamente a nosotros mismos como la evidencia de su realidad, deben accionar y reaccionar la una en la otra (vv. 2 y 4 cotejados). (4) Es el oficio propio del Espíritu Santo el engendrar en el alma la plena convicción y el gozoso conocimiento de que Dios ama, en Cristo Jesús, a todos los pecadores, y a nosotros en particular; y donde existe esta convicción, lleva consigo tal seguridad de la salvación final que no puede ser defraudada (v. 5). (5) La justificación de los impíos no es obrada en virtud de su reformación moral, sino en virtud de “la sangre del Hijo de Dios;” y mientras que esto se afirma en el v. 9, nuestra reconciliación con Dios por la “muerte de su Hijo,” afirmada en el v. 10, no es sino una variación de lo dicho. En ambos versículos la bendición a que se hace referencia es la restauración del pecador a un estado de justicia delante de Dios; y la base meritoria que se menciona es el sacrificio expiatorio del Hijo de Dios. (6) La gratitud a Dios por el amor redentor que no tuviera gozo en Dios mismo, sería un sentimiento egoísta y sin valor; pero cuando la gratitud se confunde en este gozo—cuando el extático sentir de la eterna “reconciliación” se torna en el “gloriarse en Dios” mismo—, entonces el sentir inferior es santificado y sostenido por el superior, y cada uno es perfectivo del otro (v. 11).

12-21. COMPARACION Y CONTRASTE ENTRE ADAN Y CRISTO EN SU RELACION CON LA FAMILIA HUMANA. (Esta profundísima e importantísima sección ha motivado mucha discusión crítica y teológica, en la que cada punto, y casi cada frase, ha sido disputado. Aquí podemos exponer solamente lo que nos parece la única interpretación sostenible de ella como un todo, con algunas indicaciones de las bases de nuestro criterio.)

12. De consiguiente—Siendo así las cosas; con referencia a todo el argumento precedente, vino la reconciliación por uno—(Estas palabras, en bastardillas en nuestra versión, no concuerdan con el texto griego.—Nota del Trad.) así como el pecado—Considerado aquí en su culpabilidad, en su criminalidad, y en su penalidad—entró en el mundo por un hombre [Adán], y por el pecado la muerte [como pena del pecado], y la muerte así pasó a todos los hombres, pues que todos pecaron—Es decir, al cometer el primer pecado el primer hombre. Así la muerte alcanza a todo individuo de la familia humana, como la pena que a él mismo le corresponde. [Así, en substancia lo interpretan Bengel, Hodge, Philippi.] Aquí hubiéramos esperado que el apóstol concluyese la oración gramatical (que principia con “así como …”) con palabras semejantes a éstas: “Así también por un hombre entró la justicia en el mundo, y por la justicia, la vida.” Pero, en lugar de eso, tenemos una digresión, que se extiende al través de cinco versículos para ilustrar el importante dicho del v. 12; y es sólo en el v. 18 donde se reasume la comparación y se concluye.

13, 14. Porque hasta la ley, el pecado estaba en el mundo—Esto es, durante el lapso desde Adán “hasta que la ley” de Moisés fué dada, Dios continuaba tratando a los hombres como pecadores. pero no se imputa pecado no habiendo ley—Esto significa que: “Como el pecado era imputado debió haber una ley durante aquel período”, lo cual está demostrado. No obstante, reinó la muerte desde Adam hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la rebelión de Adam—Pero ¿quiénes son? Esta es una pregunta muy disputada. Los párvulos (dicen algunos), siendo inocentes de pecado en efecto, se puede decir sue no pecaron como Adán. [Agustín, Beza, Hodge.] Pero ¿por qué debieran los párvulos estar conectados en especial con el período “desde Adán hasta Moisés,” puesto que mueren asimismo en toda edad? Y si el apóstol quiso expresar aquí la muerte de párvulos, ¿por qué lo hizo en forma tan enigmática? Además, la muerte de los párvulos se comprende en la mortalidad universal a causa del primer pecado, como se expresa tan enfáticamente en el v. 12; ¿qué necesidad hay de especificarla aquí? y ¿por qué, si no fué necesario especificarla, hemos de presuponer que aquí se quería expresar, a menos de que el lenguaje inequívocamente lo indicara (lo que por cierto no es el caso)? El sentido pues debe ser: que “la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, aun sobre aquellos que no habían transgredido, como Adán, un mandamiento positivo que amenazara con la muerte a los desobedientes.” (Esta es la opinión de la mayoría de los intérpretes.) En este caso, la frase “aun en los que …”, en vez de especificar una clase particular de los que vivieron desde Adán hasta Moisés (como supone la otra interpretación), meramente explica aquello que fué lo que hizo digno de especial nota el caso de los que murieron entre Adán y Moisés: a saber, que aunque eran diferentes de Adán y todos los que existieron hasta Moisés, los que vivieron entre los dos no tuvieron amenazas positivas de la muerte por la transgresión, “sin embargo, la muerte reinó aun sobre ellos.” el cual es figura [o “tipo”] del que había de venir [el Cristo]—“Esta frase fué añadida a la primera mención del nombre de Adán, el hombre de quien el apóstol habla, para recordar el motivo por el cual de él está tratando, es decir, para presentarlo como la figura de Cristo.” [Alford.] El punto de analogía aquí propuesto entre Cristo y Adán, es claramente el carácter público que los dos sostenían, ninguno de los dos siendo considerado en el proceder divino hacia los hombres como meros individuos, sino como representativos ambos. (Algunos entienden que el apóstol habla de su propio punto de vista, de que “el que ha de venir” se refiere a la segunda venida de Cristo. [Fritzsche, De Wette, Alford.] Pero esto está forzado, puesto que la analogía del segundo Adán con el primero ha estado en pleno desarrollo desde cuando “Dios lo ensalzó por Príncipe y Salvador,” y sólo será consumada en su segunda venida. El sentido sencillamente es, y en esto concuerdan casi todos los intérpretes, que Adán es un tipo de aquel que había de venir después de él en el mismo carácter público, y así sería “el segundo Adán.”) Mas no como el delito, tal fué el don [gratuito]—Los dos casos presentan puntos de contraste así como de semejanza. porque si por el delito [transgresión] de aquel uno murieron los muchos …, etc.—(es decir, en el primer pecado de Adán), mucho más abundó la gracia de Dios y el don de la gracia de un hombre, Jesucristo, a los muchos. El término “los muchos” significa la masa de la humanidad representada respectivamente por Adán y por Cristo, en contraste, no con pocos, sino con “el uno” que los representó. “El don gratuito” significa (como en el v. 17) el glorioso don de la justicia justificadora; éste se distingue de la “gracia de Dios,” como el efecto se distingue de la causa; y las dos cosas se dice que “abundaron” para con nosotros en Cristo (en el sentido que aparece en los dos versículos siguientes). Y el término “mucho más”, en el segundo caso, no significa que recibamos mucho más de bien por parte de Cristo que el mal recibido por parte de Adán (porque no es un caso de cantidad en absoluto); más bien, es que tenemos mucha más razón para esperar, o que está más en consonancia con nuestras ideas acerca de Dios, el que los muchos recibiesen beneficio por los méritos de uno, que el que muchos sufriesen por el pecado de uno; y si esto ha acontecido, cuánto más podemos estar seguros de aquello. [Philippi, Hodge.]

16. Ni tampoco de la manera que por un pecado [más bien, “por uno que pecó”], así también el don—Es decir, se puede mencionar otro punto de contraste. porque el juicio … [la sentencia] vino de [a causa de] un pecado [u “ofensa”] para condenación, mas la gracia [el don de la gracia] vino de muchos delitos para justificación—Este es un punto glorioso de contraste que significa que: “La condenación de Adán fué por causa de un pecado; pero la justificación por Cristo es la absolución no sólo de la culpa de aquella primera ofensa, que se adhería misteriosamente a cada individuo de la raza humana, sino también de las ofensas innúmeras en las cuales aquélla, cual microbio incrustado en el pecho de cada individuo, se desarrolla en la vida.” Este es el significado de aquella “gracia que abundó para con nosotros en la abundancia del don de justicia.” Es una gracia rica no sólo en su carácter, sino también en los detalles; es una “justicia” rica no sólo en una completa justificación de los culpables y condenados pecadores; es rica en la amplitud del terreno que abarca, que no deja por cancelar ni un solo pecado de ninguno de los justificados, sino que hace que él, por cuanto más cargado esté de la culpa de miles de ofensas, sea “la justicia de Dios en Cristo.”

17. Porque, si por un delito [“por la falta de uno”] reinó la muerte por [medio de] uno, mucho más reinarán en vida por [medio de] un Jesucristo los que reciben la abundancia de la gracia, y el don de la justicia [justificadora]—Tenemos aquí las dos ideas de los vv. 15 y 16 sublimemente combinadas en una, como si el tema se hubiera apoderado del apóstol mientras avanzaba en su comparación de los dos casos. Aquí, por primera vez en esta sección, habla de aquella VIDA que surge de la justificación, en contraste con la muerte que surge del pecado y sigue a la condenación. La idea correcta de ella es pues: “el derecho de vivir”—“la vida justa”—vida que se posee y se goza con benevolencia, en conformidad con la eterna ley de “el que está sentado en el trono;” vida pues, en el sentido más amplio—vida en todo el ser del hombre y al través de toda la duración de la existencia humana: vida de una relación bendita y amorosa con Dios en alma y cuerpo, para siempre jamás. Es digno de notar. también, que mientras que Pablo dice que la muerte “reinó sobre” nosotros por Adán, no dice que la vida “reinase sobre nosotros” por Cristo, no sea que el apóstol parezca investir esta nueva vida del mismo atributo de la muerte—el de cruel tiranía maligna, de la que éramos víctimas infelices. Ni dice que la vida reinase en nosotros, lo que tendría una idea bastante escritural; sino lo que es mucho más fecundo: “Nosotros reinaremos en vida.” Mientras que la libertad y el poder están incluídos en la figura de “reinar,” “la vida” está representada como el glorioso territorio o atmósfera de aquel reino. Y volviendo a la idea del v. 16, en cuanto a las “muchas ofensas” cuyo completo perdón demuestra “la abundancia de la gracia y del don de la justicia,” todo lo dicho es a este efecto: “Si la ofensa de un hombre arrojó en contra de nosotros el poder tiránico de la muerte, para hacernos víctimas suyas en impotente esclavitud, “mucho más,” cuando nos presentemos enriquecidos con la “abundante gracia” de Dios y en la hermosura de una completa absolución de innúmeras ofensas, nos gloriaremos en una vida divinamente poseída y legalmente asegurada, “reinando” en la exultante libertad e invencible poder, por medio de aquella “persona” sin par, Jesucristo”. (En cuanto a la importancia del tiempo futuro en esta última frase, véase nota, v. 19 y cap. 6:5.)

18. Así que—Ahora por fin, reasumiendo la comparación del v. 12, que se dejó sin terminar, y a fin de concluirla formalmente, lo que se ha hecho una y otra vez substancialmente en los versículos intermedios. de la manera que por un delito vino la culpa—o “el juicio”; interpolación de las versiones—a todos los hombres para condenación, así por una justicia vino la gracia a todos los hombrés para justificación de vida—[Así lo entienden Calvino, Bengel, Olshausen, Tholuck, Hodge, Philippi). Pero mejor, como juzgamos: “Como por una ofensa (vino) sobre todos los hombres para condenación, así también por una justicia (vino) sobre todos para justificación de vida” (Así Beza, Grocio, Ferme, Meyer, De Wette, Alford). En este caso el apóstol, reasumiendo la declaración del v. 12, la expresa en una forma más concentrada y vívida—sugerida acaso por la expresión del v. 16, de por “un pecado”, la cual representa toda la obra de Cristo, considerada como la base de nuestra justificación, como “una justicia.” (Algunos han querido traducir la palabra aquí empleada, por “un acto justo” [Alford, Versión Revisada, etc.], entendiendo por ello la muerte de Cristo como el acto redentor que anuló aquel acto ruin de Adán. Pero esto es limitar demasiado la idea del apóstol; porque así como la misma palabra se traduce “justicia” en el cap. 8:4, donde significa que “la justicia de la ley es cumplida en nosotros, que no andamos según la carne, sino según el espíritu”, de la misma manera aquí denota toda la obediencia de Cristo “hasta la muerte”, considerada como la sola base meritoria que anula la condenación que vino por Adán. Pero sobre esto, y la expresión “todos los hombres”, véase la nota sobre el v. 19. La expresión “justificación de vida” es la vívida combinación de dos ideas ya comentadas, y significa “justificación que imparte el debido derecho así como la posesión efectiva de la vida y el goce de la misma”).

19. Porque … etc.—Tradúzcase: Porque como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron hechos pecadores, así también por la obediencia de uno los muchos serán hechos justos. Sobre este gran versículo observemos: 1. Que por la “obediencia” de Cristo aquí, es claro que no se entiende otra cosa sino lo que los teólogos llaman su obediencia activa, en distinción de su padecimiento y muerte; se refiere a la obra entera de Cristo en su carácter obedencial. Nuestro Señor mismo representa aun su muerte como su gran acto de obediencia al Padre: “Este mandamiento (de que pusiera su vida y la tomara de nuevo) recibí de mi Padre” (Juan 10:18). 2. La significativa palabra “constituídos”, dicha dos veces se emplea para expresar aquel acto judicial que considera a los hombres como pecadores en virtud de su relación con Adán, y por justos en virtud de su conexión con Cristo. 3. El cambio del tiempo pretérito al futuro: “así como por Adán fuimos hechos pecadores, así por Cristo seremos hechos justos”, expresa deleitosamente el carácter permanente de este acto, y la dispensación a que pertenece cada acontecimiento, en contraste con la ruina causada por Adán que ha sido anulada para siempre en los creyentes. (Véase nota, cap. 6:5.) 4. La frase “todos los hombres” del v. 18, y “los muchos” del v. 19, se refieren al mismo grupo de hombres, pero bajo un aspecto algo diferente. En el último caso, el contraste se hace el entre un representante (Adán—Cristo) y los muchos por él representados; en el anterior, se hace el contraste entre una cabeza (Adán—Cristo) y la raza humana, afectada para la muerte y para la vida respectivamente por las acciones de cada uno. En este último caso vemos solamente a la familia redimida de los hombres: la humanidad como en efecto perdida, pero también como en efecto salvada; antes había sido arruinada, ahora es restablecida. Los que se niegan a acatar el alto propósito de Dios de constituir a su Hijo en el “segundo Adán”, la cabeza de una raza nueva y quienes al fin como impenitentes e incrédulos perecen, no tienen lugar en esta sección de la epístola, cuyo solo objeto es el enseñar cómo Dios repara en el segundo Adán el mal que fué hecho por el primero. (Por tanto, la doctrina de la restauración universal no es tratada en este capítulo. Asimismo, se evita completamente la interpretación forzada que hace entender que la “justificación de todos” significa una justificación meramente en la posibilidad de que todos la obtengan, o en la oferta que se hace de ella a todos, y que la “justificación de los muchos” signifique la justificación real sólo de cuantos creen (Alford, etc.) De este modo la aspereza al comparar toda la familia caída con la parte que es redimida, se evita también. No obstante lo verídico que es el hecho de que una parte de la humanidad no será salva, este no es el aspecto en que se presenta el tema aquí. Son las sumas totales las que se comparan y se ponen en contraste; y es un mismo total en dos condiciones sucesivas: a saber, la raza humana, arruinada en Adán, y restablecida en Cristo).

20, 21. La ley empero—El judío podría decir: Si todos los propósitos de Dios relativos a los hombres se reconcentran en Adán y en Cristo, ¿qué hay de la ley? ¿qué provecho hay en ella? Respuesta: entró—Pero la palabra expresa una idea importante además de la acción de “entrar”. Quiere decir: “entró incidental,” o “entre paréntesis”. (En Gálatas 2:4 la misma palabra se traduce: “entrar secretamente.”) El sentido es, que la promulgación de la ley en Sinaí no fué rasgo primordial ni esencial del plan divino, sino que fué “añadida” (Gálatas 3:19) por un propósito subordinado: para revelar cuanto más plenamente el mal ocasionado por Adán y la gloria del remedio obrado por Cristo. para que el pecado [“la ofensa”] creciese—Pero ¿qué ofensa? Al través de esta sección “la ofensa” (reiterada cinco veces) tiene un sentido definitivo, a saber: “la ofensa de Adán;” y éste es, a nuestro juicio, el sentido aquí; lo que significa: “Todas nuestras múltiples infracciones de la ley no son sino la ofensa primera, alojada misteriosamente en el pecho de todo hijo de Adán como un principio ofensivo, que se multiplica en miríadas de ofensas particulares en la vida de cada uno.” Lo que fué un acto de desobediencia en la cabeza de la familia humana, se ha convertido en un príncipio vital y virulento de desobediencia en todos los miembros de dicha familia, quienes por cada acto de terca rebelión se denuncian ser hijos de la transgresión original. mas cuando el pecado creció [“se multiplicó”] sobrepujó la gracia—Aquí se compara la multiplicación de la una ofensa en transgresiones innumerables, y el desbordamiento de gracia que es más que suficiente para remediar el caso. de la manera que el pecado—Obsérvese que la palabra “ofensa” (o “falta”) ya no se emplea más, pues que ya fué bastante bien ilustrada, sino el término pecado, que mejor cuadra con este resumen comprensivo de todo el asunto. reinó para muerte—Más bien, “en la muerte,” triunfando y (aparentemente) regocijándose en aquella completa destrucción de sus víctimas. así también la gracia reine—En los vv. 14, y 17 se presenta el reino de la muerte sobre los culpables y condenados en Adán; en estos versículos (20, 21) se presenta el reino de dos poderosas causas, a saber: del PECADO, que inviste a la muerte soberana de un poder venenoso (1 Corintios 15:56) y de una terrible autoridad (cap. 6:23); y de la GRACIA que originó el plan de salvación, que “envió al Hijo para que fuera Salvador del mundo,” que “le hizo pecado a aquel que no conoció pecado,” que “nos hace justicia de Dios en él,” de modo que “los que recibimos la abundancia de gracia y del don de la justicia, reinemos en vida por el un Jesucristo” por la justicia—No la nuestra, por cierto (“no la obediencia de los cristianos”, según el despreciable lenguaje que usa Grocio), ni precisamente “la justificación” [Stuart, Hodge]; sino más bien, “la justicia (justificadora) de Cristo” [Beza, Alford, y en substancia, Olshausen, Meyer]; el mismo término que en el v. 19 se traduce como la “obediencia” de él, denotando toda su obra mediadora consumada en la carne. Aquí se habla de ella como un medio justo por el cual la gracia llega a sus destinatarios y realiza sus fines, como el estable trono desde donde la Gracia, cual Soberana, dispensa sus beneficios salvadores a cuantos se sujetan a su benigno dominio. para vida eterna—Esta es la salvación en su desarrollo más pleno para siempre. por Jesucristo Señor nuestro—Así, con la mención de este “Nombre que es sobre todo nombre,” se acallan los ecos de este himno a la gloria de la “Gracia,” “y queda Jesús solo.” Recapitulando esta sección de oro de nuestra Epístola, se sugieren las siguientes observaciones: (1) Si esta sección no enseña que toda la raza de Adán, estando él como su cabeza federal, “pecó en él y cayó con él en su primera transgresión,” bien podemos desesperar de toda exposición inteligible de este hecho. El apóstol, después de decir que el pecado de Adán introdujo la muerte en el mundo, no dice: “Y así pasó la muerte a todos, pues que” Adán pecó, sino: “Pues que todos pecaron.” Así que, según la enseñanza del apóstol: “la muerte de todos se debe al pecado de todos;” y como esto no puede significar que se refiera a los pecados personales de cada individuo, sino a algún pecado del que los párvulos inconscientes son culpables igualmente como los adultos, no puede significar otra cosa sino la “primera transgresión” de su común cabeza, Adán, considerada como el pecado de cada uno que pertenece a su raza, y castigada como tal, con la muerte. Es en vano que retrocedamos para discutir la objeción de que la imputación hecha a todos de la culpa del primer pecado de Adán tiene la apariencia de injusticia. Porque no sólo se prestan todas las demás teorías a la misma objeción, en alguna otra forma—además de estar en oposición con el texto—sino que las mismas verdades de la naturaleza humana, que nadie disputa y que no pueden ser aclaradas, entrañan esencialmente las mismas dificultades que el gran principio sobre el cual el apóstol aquí las explica. Si admitimos este principio basándonos en la autoridad de nuestro apóstol, en seguida se arrojan raudales de luz sobre ciertas fases del proceder divino y sobre ciertas porciones de la Palabra de Dios, las cuales de otra manera estarían rodeadas de mucha oscuridad; y si el principio mismo parece difícil de asimilar, no es más difícil que el problema de la existencia del mal, el cual, como un hecho, no admite disputa, pero como es una fase de la administración divina, no admite explicación en el actual estado de cosas. (Nota del Traductor: Sea cual fuere la teoría que uno aceptare respecto al pecado adámico, no es lógico que se determine solamente por lo que dice el presente texto, ya que se trata del pecado del hombre “en su culpabilidad, su criminalidad y sus merecimientos penales,” sin referencia particular a su origen. Así opina el Dr. W. T. Conner. “Entender que la frase todos pecaron del cap. 5:12 significa que todos pecaron en Adán, suscita la dificultad de armonizarlo con el uso paulino de las mismas palabras en el cap. 3:23, donde parece indicar que todos pecaron individual y voluntariamente.” (Véase Conner, La Fe del Nuevo Testamento.) (2) Lo que se ha llamado el pecado original, o sea aquella tendencia depravada hacia el mal con que todo hijo de Adán viene a este mundo, no se trata formalmente en esta sección (y aun el cap. 7 trata más bien de su naturaleza y su operación que de su relación con el primer pecado). Pero indirectamente, esta sección testifica de esta ofensa original, a desemejanza de toda otra, como si tuviera una vitalidad duradera en el pecho de todo hijo de Adán, como si fuese un principio de desobediencia cuya virulencia le ha merecido el nombre de “pecado original.” (3) ¿En qué sentido se emplea la palabra “muerte” en esta sección? No se emplea, ciertamente, para denotar la muerte temporal, como afirman los comentadores arminianos. Porque como Cristo vino para deshacer lo que Adán hizo, todo lo cual está comprendido en la palabra “muerte,” se seguiría por tanto que Cristo no hizo más que disolver la sentencia por la que se separan el alma y el cuerpo en la muerte; en otras palabras, meramente procuró la resurrección del cuerpo. Pero el Nuevo Testamento enseña en todas partes que Cristo ofrece la Salvación de una “muerte” vastamente más comprensiva que ésa. Pero tampoco se usa la palabra muerte aquí en el sentido del mal penal, esto es, “cualquier mal infligido en castigo del pecado y en apoyo de la ley.” [Hodge.] Esto es demasiado indefinido, pues hace que la muerte no sea sino una mera figura de dicción que denota el “mal penal” en general—idea ajena a la sencillez de la Escritura—o al menos hace que la muerte, estrictamente así llamada, denote solamente una parte de lo que ella significa, recurso éste que no debe aprovecharse si se puede hallar otra explicación más sencilla y más natural. Por “la muerte” pues, en esta sección, entendemos la destrucción del pecador, en el único sentido en que él es capaz de entenderla. También se llama “destrucción” a la muerte temporal (en Deuteronomio 7:23; 1 Samuel 5:11, etc.), por ser la extinción de todo lo que los hombres creen vida. Pero una destrucción que comprende el alma tanto como el cuerpo, y que abarca también el mundo futuro, está claramente expresada en Mateo 7:13; 2 Tesalonicenses 1:9; 2 Pedro 3:16, etc. Esta es la “muerte” penal de que trata nuestra sección, y comprendiéndola así retenemos su debido sentido. La vida—como un estado de gozo en el favor de Dios, de completa comunión con él, y de voluntaria sujeción a él—se mancha desde el momento en que el pecado tiene contacto con la criatura; en aquel sentido, la amenaza de que: “En el día que comieres de él de cierto morirás,” se puso en efecto inmediato en el caso de Adán cuando cayó, y desde entonces estuvo “muerto mientras vivía.” Y en esta condición ha vivido toda su posteridad desde su nacimiento. La separación del alma y el cuerpo en la muerte temporal lleva “la destrucción” del pecador a otro grado más, poniendo fin a su conexión con aquel mundo del cual extraía una existencia placentera mas no bendecida, e introduciéndolo en la presencia del Juez—primeramente como un alma desincorporada, pero al fin en el cuerpo también, en una condición perdurable—para ser castigado (y éste es el estado final) con eterna destrucción de la presencia del Señor, y de la gloria de su poder.” Esta extinción final en alma y cuerpo de todo lo que constituye la vida, pero con un eterno conocimiento de una existencia manchada es, en un sentido más amplio y más terrible, “¡LA MUERTE!” Esto no presupone que Adán lo entendiera todo. Basta que comprendiera que “el día” de su desobediencia era el plazo final de su “vida” placentera. En aquella idea sencilla estaba implicado todo lo demás; pero que Adán comprendiera los detalles no era necesario. Ni es necesario suponer que debamos entender que todo eso esté comprendido en la palabra “muerte” cada vez que ésta se emplea. Basta con tener la certeza de que todo cuanto hemos descrito está en las entrañas de la cosa y que se realizará en cuantos no sean los felices súbditos del Reino de Gracia. Sin duda, el todo de esto está comprendido en tales textos sublimes y comprensivos como éste: “Dios … dió a su Hijo, para que todo aquel que cree en él no se pierda, mas tenga VIDA eterna” (Juan 3:16). Y los horrores de aquella “MUERTE”—que ya “reina sobre” todos los que no están en Cristo y que se están precipitando hacia su consumación—¿no deben apresurar nuestros pasos hacia el “Segundo Adán”, para que, habiendo “recibido la abundancia de la gracia y del don de la justicia, reinemos en vida por Aquel Uno, Jesucristo”?

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