Romanos 6:1-23

1 ¿Qué, pues, diremos? ¿Permaneceremos en el pecado para que abunde la gracia?

2 ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos todavía en él?

3 ¿Ignoran que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte?

4 Pues, por el bautismo fuimos sepultados juntamente con él en la muerte para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida.

5 Porque así como hemos sido identificados con él en la semejanza de su muerte, también lo seremos en la semejanza de su resurrección.

6 Y sabemos que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido a fin de que ya no seamos esclavos del pecado;

7 porque el que ha muerto ha sido justificado del pecado.

8 Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él.

9 Sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él.

10 Porque en cuanto murió, para el pecado murió una vez por todas; pero en cuanto vive, vive para Dios.

11 Así también ustedes, consideren que están muertos para el pecado pero que están vivos para Dios en Cristo Jesús.

12 No reine, pues, el pecado en su cuerpo mortal de modo que obedezcan a sus malos deseos.

13 Ni tampoco presenten sus miembros al pecado como instrumentos de injusticia sino, más bien, preséntense a Dios como vivos de entre los muertos, y sus miembros a Dios como instrumentos de justicia.

14 Porque el pecado no se enseñoreará de ustedes, ya que no están bajo la ley sino bajo la gracia.

15 ¿Qué, pues? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera!

16 ¿No saben que cuando se ofrecen a alguien para obedecerlo como esclavos son esclavos del que obedecen; ya sea del pecado para muerte o de la obediencia para justicia?

17 Pero gracias a Dios porque, aunque eran esclavos del pecado, han obedecido de corazón a aquella forma de enseñanza a la cual se han entregado

18 y, una vez libertados del pecado, han sido hechos siervos de la justicia.

19 Les hablo en términos humanos a causa de la debilidad de la carne de ustedes. Porque así como presentaron sus miembros como esclavos a la impureza y a la iniquidad cada vez mayor, así presenten ahora sus miembros como esclavos a la justicia para la santidad.

20 Porque cuando eran esclavos del pecado estaban libres en cuanto a la justicia.

21 ¿Qué recompensa, pues, tenían entonces por aquellas cosas de las cuales ahora se avergüenzan? Porque el fin de ellas es muerte.

22 Pero ahora, libres del pecado y hechos siervos de Dios, tienen como su recompensa la santificación y, al fin, la vida eterna.

23 Porque la paga del pecado es muerte; pero el don de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro.

CAPITULO 6

1-11. EL VALOR DE LA JUSTIFICACION POR LA GRACIA PARA UNA VIDA SANTA.

1. ¿Pues qué diremos? etc.—El tema de esta tercera división de nuestra Epístola se anuncia con esta misma pregunta inicial: “¿Continuaremos (o como es la lección correcta “podremos continuar”) en el pecado, para que la gracia crezca?” Si la doctrina que el apóstol enseñaba hubiese sido que la salvación dependía en grado alguno de nuestras obras buenas, no habría sido posible hacer semejante objeción en contra de ella. Contra la doctrina de una justificación exclusivamente gratuita, esta objeción es plausible; y no ha habido época en que no se haya insistido en ella. Que tal acusación fue alegada contra los apostoles, lo sabemos por el cap. 3:8; y por Gálatas 5:13; 1 Pedro 2:16; Judas 1:4, nos enteramos que había quienes daban ocasión para esta acusación; pero que era una perversión total de la doctrina de la gracia el apóstol aquí se propone comprobar.

2. En ninguna manera—“Lejos sea de nosotros”. Tal pensamiento está en pugna con los instintos de la nueva criatura. los que somos muertos, etc.—Lit., y con más fuerza, “Los que ya morimos al pecado (como luego se explicará), “¿cómo viviremos aún en él?

3. ¿O no sabéis que todos los que somos [“fuimos”] bautizados en Cristo [1 Corintios 10:2] somos [fuimos”] bautizados en su muerte?—Es decir, fuimos sellados con el sello del cielo, y como si hubiera sido formalmente pactado y contratado, sellados para todos los beneficios y todas las obligaciones del discipulado cristiano en general, y para su muerte en particular. Y puesto que Cristo “fué hecho pecado” y “una maldición” en bien nuestro (2 Corintios 5:21; Gálatas 5:13), “llevando nuestros pecados en su cuerpo sobre el árbol,” y “resucitado de nuevo a causa de nuestra justificación” (cap. 4:25; 1 Pedro 2:24), toda nuestra condición pecaminosa, habiendo sido sumida en su persona, se ha dado por terminada en su muerte. Aquel, pues, que ha sido bautizado en la muerte de Cristo ha abandonado simbólicamente toda su vida y condición de pecado, considerando estas cosas como muertas en Cristo. Ha sido sellado para ser no sólo “la justicia de Dios en él,” si no también “una nueva criatura;” y como no puede ser en Cristo una cosa y no la otra. pues ambas cosas son una, ha abandonado por su bautismo en la muerte de Cristo, toda su conexión con el pecado. “¿Cómo, pues, puede vivir aún en el pecado?” Las dos cosas son contradictorias tanto en el hecho como en la terminología.

4. Porque somos [más bien, “fuimos”—en el tiempo aorista, acto consumado] sepultados juntamente con él a muerte por el bautismo—Léase: “… sepultados juntamente con él, en su muerte por el bautismo.” En otras palabras, “Por el mismo bautismo que públicamente nos introduce en su muerte, fuimos hechos partícipes también de su sepultura”. El hecho de dejar un cadáver sin enterrar es considerado por los autores paganos así como en las Escrituras, como la mayor indignidad (Apocalipsis 11:8). Convenía, pues, que el Cristo, después de “morir por nuestros pecados conforme a las Escrituras,” “descendiese hasta las partes más bajas de la tierra” (Efesios 4:9). Así como éste fué el último y el más bajo paso de su humillación, así también fué disuelto honorablemente el último vínculo de su conexión con aquella vida que él entregó por los pecadores; y nosotros, “al ser sepultados con él por medio del bautismo en su muerte,” hemos cortado con este acto público el último vínculo que nos unía con toda aquella vida y condición pecaminosa a la que Cristo ha dado fin en su muerte. para que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre—Esto es, por el ejercicio del poder del Padre que fué el resplandor de toda su gloria. Así también nosotros [como resucitados a una vida nueva con él] andemos en novedad de vida—Pero ¿en qué consiste esta “novedad”? Ciertamente, si nuestra vida vieja, la muerta y enterrada con Cristo, fué del todo pecaminosa, la nueva, a la que hemos resucitado con el Salvador resucitado, debe ser del todo una vida santa; de modo que cada vez que nos volvemos a “aquellas cosas de las que ahora nos avergonzamos” (v. 21), desmentimos nuestra resurrección con Cristo a novedad de vida, y “nos olvidamos de que fuimos purificados de nuestros pecados antiguos” (2 Pedro 1:9). (Si se refiere aquí al modo de bautismo por la inmersión, como un entierro y resurrección simbólicos, no nos parece de mucha consecuencia. Muchos intérpretes creen que así es, y puede ser que sí. Pero como no está claro que el bautismo en los tiempos apostólicos f u e r a exclusivamente por inmersión (véase nota, Hechos 2:41), así la aspersión y la lavación se usan indiferentemente para expresar la eficacia purificadora de la sangre de Cristo. Y de la manera que la mujer con el flujo de sangre recibió de Cristo virtud con sólo tocarle, así la esencia del bautismo parece estar en el simple contacto del elemento con el cuerpo, simbolizando un contacto viviente con el Cristo crucificado; el modo del bautismo y la cantidad de elemento es indiferente y variable según el clima y las circunstancias.) (Nota del Traductor) Si hubiese virtud salvadora en el rito, acaso sería lo mismo con poca agua, con mucha agua, o sencillamente con “la buena intención.” La enferma fué sanada gracias a su fe en el Señor; otros muchos fueron sanados sin tocar el vestido de Jesús. Pero si el bautismo es una ceremonia dada por Dios, una justicia que se debe cumplir, un acto público de confesión de pecado (“bautismo de arrepentimiento”), un acto de obediencia de parte de los que reconocen al Señor, un simbolismo sin virtud de salvación sacramental, y no un “medio de gracia,” ni un “sello” de la salvación, sino un símbolo de una digna sepultura, entonces es de consecuencia la cantidad de agua. Es la misma diferencia de poca o de mucha tierra cuando se trata del entierro de un cadáver. El contacto de un terrón con el cuerpo no constituye una sepultura. Si el bautismo es una inmersión—y tal es el significado de la palabra—y es sólo un rito simbólico, entonces el apóstol pudo aplicar el simbolismo del bautismo a la experiencia de la regeneración espiritual en Cristo, la que describe con otro simbolismo: el de muerte, sepultura y resurrección. Se emplea este vocablo muchas veces en sentido metafórico, pero en cada caso es aplicable a la figura de la inmersión, en la verdad expresada, ya sea en el “bautismo del Espíritu Santo,” que en Pentecostés llenó la casa donde estaban todos reunidos; ya sea “en la nube,” en la que el pueblo fué bautizado en Moisés; o ya se trate de la pasión del Señor, que él mismo llamó un “bautismo” (figura aplicable a una inmersión), en el que debió ser “bautizado”, (es decir, anegado, y no levemente “rociado”).

5. Porque si fuimos plantados juntamentelit., “si fuimos formados juntamente en uno.” (El vocablo se emplea solamente aquí.) a la semejanza de su muerte, así también lo seremos a la de su resurrección—Quiere decir: “Puesto que la muerte y la resurrección de Cristo son inseparables en su eficacia, la unión con él en un caso, lleva en sí la participación en el otro, para privilegio así como para obligación.” El tiempo futuro se emplea respecto a la resurrección, porque ésta no se realiza sino parcialmente en el presente estado. (véase nota, cap. 5:19.)

6, 7. Sabiendo esto—El apóstol ahora usa un lenguaje más específico y vívido para expresar la eficacia de nuestra unión con el Salvador crucificado para la destrucción del pecado. que nuestro viejo hombre—Es decir, “nuestro yo anterior;” todo lo que éramos en nuestra antigua condición no regenerada, antes de nuestra unión con Cristo (véase Colosenses 3:9; Efesios 4:22; Gálatas 2:20; Gálatas 5:24; Gálatas 6:14). fué crucificado con él, para que el cuerpo del pecado—Esta no es una figura que expresa el “conjunto del pecado,” ni el “cuerpo material”, tenido por la sede del pecado, sino (así juzgamos) la figura de “el pecado conforme mora en nosotros en nuestra actual condición corporal, bajo la ley de la caída.” sea deshecho [en la muerte de Cristo] a fin de que no sirvamos más al [“estemos en la esclavitud del”] pecado. Porque el que es muerto [“ que ya murió”] justificado es [“está libertado”] del pecado—lit., “justificado,” “absuelto,” del pecado. Como la muerte disuelve toda reclamación, así todo lo que reclama el pecado: no sólo el “reinar para muerte,” sino también el guardar a sus víctimas en la servidumbre pecaminosa, ha sido anulado de una vez. por la muerte penal del creyente en la muerte de Cristo; de modo que ya no es “deudor a la carne para vivir según la carne” (cap. 8:12).

8. Y si [pues] morimos con Cristo, etc.—(tiempo aoristo.) Véase nota, v. 5.

9-11. Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, ya no muere: la muerte no se enseñoreará más de él—Aunque la muerte de Cristo fué en el sentido más absoluto un acto voluntario (Juan 10:17, Juan 10:19; Hechos 2:24), dicha entrega voluntaria dió a la muerte tal “dominio (legítimo) sobre él” que disuelve su dominio sobre nosotros. Pero una vez pasado esto, “ya no tiene la muerte—ni aquel sentido—dominio sobre él.” Porque el haber muerto, al pecado [esto es, en obediencia a la reclamación del pecado] murió una vez [por todas]; mas el vivir, a Dios [en obediencia a Dios] vive—Nunca hubo época alguna, en efecto, cuando Cristo no “viviese para Dios.” Pero en los días de su carne vivió bajo la carga continua del pecado “puesta en él” (Isaías 53:6; 2 Corintios 5:21); mientras que, como ya ha “quitado el pecado por el sacrificio de sí mismo,” “vive para Dios,” el Fiador absuelto y aceptado, que no puede ser desafiado ni puesto en duda por los reclamos del pecado. Así también vosotros [como lo hizo vuestro Señor mismo] pensad que de cierto estáis muertos al pecado, mas vivos a Dios en Cristo Jesús—(Las palabras finales “Señor nuestro,” faltan en los manuscritos mejores)—Nótese: (1) “La doctrina antinomianista no es tan sólo un error sino una falsedad y una calumnia.” [Hodge.] Que “perseverásemos en el pecado, para que la gracia creciese,” no sólo nunca ha sido el sentimiento deliberado del verdadero creyente en la doctrina de la gracia, sino que es aborrecible a toda mente cristiana, como abuso monstruoso de la más gloriosa de todas las verdades (v. 1). (2) Así como la muerte de Cristo no solamente expía la culpa, sino que también ocasiona la muerte del pecado mismo en todos los que están vitalmente unidos a él, así la resurrección de Cristo efectúa la resurrección de los creyentes, no sólo para la aceptación de parte de Dios, sino también a una novedad de vida (vv. 2-11). (3) A la luz de estas dos verdades, examínense todos los que proclaman el nombre de Cristo, “si son de la fe.”

12-23. ENSEÑANZAS PRACTICAS PARA LOS CREYENTES QUE HAN MUERTO AL PECADO Y HAN DADO SU VIDA A DIOS POR SU UNION AL SALVADOR CRUCIFICADO. No contento con demostrar que su doctrina no tiene tendencia alguna a aflojar las obligaciones de una vida santa, el apóstol aquí procede a reforzarlas.

12. No reine, pues [como dueño], el pecado—(El lector observará que siempre que se emplean para representar, figurativamente, a un amo, o señor, los vocablos “Pecado,” “Obediencia,” “Justicia,” “Inmundicia,” “Iniquidad,” se imprimen en esta sección en mayúscula, para hacerlos resaltar a la vista y así evitar la explicación.) en vuestro cuerpo mortal, para que le obedezcáis en sus concupiscencias—Es decir, “los deseos del cuerpo,” como lo es patente en el griego. (La otra lección, que puede ser la correcta, “las concupiscencias de él” [pecado], tiene el mismo significado.) El “cuerpo” aquí se considera como el instrumento por el cual todos los pecados del corazón se materializan en la vida externa, y viene a ser el mismo cuerpo la sede de los apetitos bajos; y se le llama “nuestro cuerpo mortal,” probablemente para recordarnos cuán impropio es este reino del pecado en aquellos que son “vivos de entre los muertos.” Pero el reino que aquí se menciona es el dominio no frenado del pecado dentro de nosotros. Sus actos externos se comentan en seguida.

13. Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado por instrumentos de iniquidad; antes presentaos a Dios [ésta es la gran entrega] como vivos de los muertos, y [como frutos de esto] vuestros miembros [hasta ahora entregados al pecado] a Dios por instrumentos de justicia—Nos preguntamos: ¿Y si el pecado inmanente resultara demasiado fuerte para nosotros? La respuesta es: Pero no resultará.

14. Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros [como si ellos fuesen esclavos de un señor tiránico], pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia—La fuerza de esta gloriosa seguridad puede ser sentida sólo con observar las bases en que descansa. Estar “bajo la ley” significa, primero, estar bajo su demanda de entera obediencia; y así, luego, estar bajo su maldición por la infracción de ella. Y por cuanto todo el poder para obedecer puede llegar al pecador solamente por la Gracia, de la que la ley nada sabe, se sigue que el estar “bajo la ley” equivale al fin y al cabo, a estar limitados por la incapacidad de guardarla, y consiguientemente, a ser impotentes esclavos del pecado. De la otra mano, estar “bajo la gracia,” significa estar bajo el glorioso pabellón y los efectos salvadores de aquella gracia que “reina por la justicia para vida eterna por Jesucristo Señor nuestro” (véase nota cap. 5:20, 21). La maldición de la ley les ha sido levantada completamente; ya están “hechos la justicia de Dios en él” y están “vivos a Dios por Jesucristo”. Así que, como cuando estaban “bajo la ley” era imposible que el Pecado no se enseñorease de ellos, así ahora que están “bajo la gracia”, es imposible que el Pecado no sea vencido por ellos. Si antes el Pecado irresistiblemente triunfaba, ahora la Gracia será más que vencedora.

15, 16. ¿Pues qué? .. ¿No sabéis [o entendéis según el dictado del sentido común] que a quien os prestáis vosotros mismos por siervos para obedecerle [con miras de obedecerle], sois siervos de aquel a quien obedecéis [al que cedéis dicha obediencia], o del pecado para muerte—Esto es, lo que resulta en la muerte, en el terrible sentido del cap. 8:6, como la condición final del pecador—o de la obediencia para justicia?—Esto es, la obediencia que resulta en un carácter justo, como la condición perdurable de un siervo de la nueva Obediencia. (1 Juan 2:17, Joel 2:17; Juan 8:34; 2 Pedro 2:19; Mateo 6:24).

17. Empero gracias a Dios, que aunque fuisteis siervos del pecado—anteriormente, como algo ya ido y pasado para siempre, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual sois entregados—o “echados”, como si hubieran sido puestos en un molde. La idea es que la enseñanza a la que se habían entregado de corazón, había dejado en ellos su sello peculiar.

18. Y libertados—es decir, en continuación: Gracias a Dios que libertados—del pecado, sois [“fuisteis”] hechos siervos de [“a”] la justicia—El cuadro que aquí se presenta es la emancipación de la esclavitud de un Amo para estar bajo la completa servidumbre de otro, cuya propiedad somos (véase nota, cap. 1:1). No hay término medio de independencia personal, para la que nunca fuimos hechos, y a la que no tenemos derecho. Cuando no queríamos que Dios reinase sobre nosotros, estábamos en justo juicio “vendidos bajo el Pecado”; el que estemos ahora “libertados del Pecado”, es sólo para ser hechos “siervos a la justicia”, lo que constituye nuestra verdadera libertad.

19. Humana cosa digo—descendiendo, para ilustrar mejor su enseñanza, al nivel de las cosas comunes—por [causa de] la flaqueza de vuestra carne [la debilidad de vuestra comprensión espiritual]: que como para [la práctica de] iniquidad presentasteis vuestros miembros a servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santidad presentéis vuestros miembros a servir [“como siervos”] a la justicia—Más bien, “para alcanzar la santificación”, como se traduce la misma palabra en 2 Tesalonicenses 2:13; 1 Corintios 1:30; 1 Pedro 1:2; quiere decir, “Para que vosotros, recordando el entusiasmo con que servíais al Pecado y los esfuerzos consagrados a ello, seáis estimulados para mostrar igual celo e igual exuberancia en el servicio de un Amo mejor”.

20. Porque cuando fuisteis [“erais”] siervos [“esclavos”] del pecado, erais libres acerca de la justicia—Han rodeado este texto con dificultades que no existen. El significado del mismo parece ser claramente lo que sigue: Puesto que “nadie puede servir a dos señores”, máxime cuando los intereses respectivos de ambos están en lucha mortal y cada uno exige el todo del hombre, así, siendo esclavos del Pecado, no erais en sentido propio esclavos de la Justicia, y nunca le hicisteis ni un acto de servicio verdadero; fuese lo que fuera vuestra creencia de los derechos de la justicia, vuestros servicios en efecto eran todos y siempre en favor del Pecado: así tuvisteis la prueba plena de la naturaleza y las ventajas del servicio ofrecido al Pecado.” La pregunta escrutadora que le sigue demuestra que tal es el sentido:

21. ¿Qué fruto, pues, teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? porque el fin de ellas es muerte—¿Qué ventaja permanente, y qué satisfacción duradera produjeron aquellas cosas? El apóstol contesta a su propia pregunta: “¿Satisfacción duradera, dije? Os han dejado solamente la vergüenza,” “¿Ventaja permanente? El fin de ellas es la muerte.” Con decir que ellos ahora “se avergonzaban,” hace patente que no se refiere a aquel disgusto de ellos mismos, ni al remordimiento de la conciencia que tantas veces aguijonea a los que impotentes “están vendidos bajo el pecado;” sino a aquel sincero sentido de autoreproche, que hiere y oprime a los hijos de Dios, cuando piensan en la deshonra que su vida pasada causó al nombre del Señor, en la ingratitud que desplegaban, en la violencia que hicieron a la propia conciencia, en sus efectos mortales y degradantes, y en la muerte—“la muerte segunda” a la que los arrastraba, cuando la Gracia los salvó. (Sobre el sentido de la palabra “muerte” aquí, comp. nota 3a, sobre cap. 5:12-21; y v. 16; también Apocalipsis 21:8.—El cambio en la puntuación que ha sido propuesto por algunos comentaristas: “¿Qué fruto teníais entonces? cosas de las que ahora os avergonzáis” [Lutero, Tholuck, De Wette, Philippi, Alford, etc.], parece forzada y por demás. La puntuación común, al menos tiene un apoyo poderoso. [Crisóstomo, Calvino, Beza, Grocio, Bengel, Stuart, Fritzsche.]

22. Mas ahora—Como si fuese un alivio indecible el alejarse de semejante tema—librados del pecado, y hechos siervos a Dios [en el sentido absoluto que se ha dado a entender en todo este pasaje], tenéis por vuestro fruto la santificación—Como en el v. 19, significando aquel estado y carácter permanente santo que resulta de todos “los frutos de justicia,” que los creyentes sucesivamente producen. Ellos “tienen su fruto” para esto: es decir, que todo tiende a este feliz resultado. y por fin la vida eterna—que es el estado final del creyente justificado; la beatífica experiencia no sólo de la completa exención de la caída con todos sus efectos, sino también de la vida perfecta de aceptación delante de Dios, y de conformidad a su imagen, de acceso descubierto a él, y de inefable comunión con él por toda la eternidad.

23. Porque la paga del pecado es muerte: mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor muestro—Este versículo final—preñado y breve—contiene la médula, el oro finísimo, del evangelio. Así como el obrero es digno de su jornal y siente que le pertenece por derecho, así es la muerte el pago del pecado, el jornal propio del pecador, por el que tanto trabajó. Pero “la vida eterna” en ningún sentido, ni en grado alguno, es la paga de nuestra justicia; nada hacemos en absoluto para ganarla o para tener derecho a ella, y nunca podremos hacer tal cosa; es por lo tanto, y en el sentido más absoluto, “LA DADIVA DE DIOS.” La gracia reina en la impartición de la vida eterna en todo caso, y eso “en Cristo Jesús nuestro Señor,” como el justo medio de su entrega. En vista de esto, ¿quién es aquel que, habiendo gustado que el Señor es bueno, puede dejar de decir: “Al que nos amó, y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios y su Padre, a él sea gloria e imperio para siempre jamás. Amén.” (Apocalipsis 1:5.) En resumen, nota. (1) Como la refutación más eficiente de la reiterada calumnia de que la doctrina de la salvación por la gracia alienta la continuación en el pecado, es la vida santa de aquellos que la profesan, sepan los mismos que el servicio más sublime que ellos pueden ofrecer a aquella Gracia, que es su única esperanza, es “su entrega misma a Dios, como vivos de entre los muertos, y sus miembros por instrumentos de justicia a Dios” (vv. 12, 13). Haciéndolo así harán “callar la ignorancia de los insensatos,” asegurarán su propia paz, realizarán el fin de su vocación, y darán substancialmente gloria a aquel que los amó. (2) El principio fundamental de la obediencia evangélica es tan original como es divinamente racional: que “somos libertados de la ley a fin de poderla guardar, y somos puestos por la gracia bajo la servidumbre de la ley a fin de estar libres (vv. 14, 15, 18). Mientras no conozcamos ningún principio de obediencia sino los terrores de la ley, la que condena a todos los que la infringen y no sabe nada en absoluto en cuanto a perdonar a los culpables y purificar a los contaminados, estamos limitados bajo la imposibilidad moral de practicar una obediencia genuina y aceptable; por otra parte, cuando la gracia nos eleva fuera de esta condición y, mediante la unión con el justo Fiador, nos introduce en un estado de consciente reconciliación y de amorosa entrega de corazón a Dios como nuestro Salvador, inmediatamente sentimos la gloriosa libertad para ser santos, y la seguridad de que el dicho, “El Pecado no se enseñoreará más de nosotros,” está en armonía con nuestros nuevos gustos y aspiraciones, pues creemos firme la base de ella, a saber: “que no estamos bajo la Ley sino bajo la Gracia.” (3) Como esta transición, que es la más importante en la historia de un hombre, tiene origen enteramente en la libre gracia de Dios, nunca se debiera pensar, ni hablar, ni escribir de este cambio interior sin ofrecer vivos hacimientos de gracia a aquel que tanto nos amó (v. 17). (4) Los cristianos, al servir a Dios, debieran emular la que fue su conducta anterior en el celo y perseverancia con que sirvieron al pecado y los sacrificios que a él consagraron (v. 19). (5) Y para estimular esta santa rivalidad consideremos a menudo “aquella roca de la que fuimos esculpidos, aquella fosa de donde fuimos sacados,” para estimar si hubo ventajas duraderas y satisfacciones permanentes en el servicio rendido al Pecado; y cuando en nuestras meditaciones hallemos que solamente ofrece ajenjo y hiel, contemplemos el propio fin de una vida impía, hasta que, hallándonos en las regiones de “la muerte,” sintamos ansias por volver a contemplar el servicio de la Justicia, el nuevo Señor de todos los creyentes, quien está guiándonos dulcemente a la “santidad” perdurable y conduciéndonos por fin a “la vida eterna” (vv. 20-22). (6) La muerte y la vida están delante de todos los que oyen el Evangelio: aquélla, el resultado natural y la recompensa propia del pecado; ésta, absolutamente el libre “DON DE DIOS” impartido a los pecadores, “en Cristo Jesús Señor nuestro.” Como la primera es el consciente sentir de la pérdida fatal de toda existencia feliz, así la segunda es la posesión y goce conscientes de todo lo que constituye la “vida” más sublime de una criatura racional, para siempre jamás. (v. 23). Tú que lees o escuchas estas palabras, “A los cielos y la tierra llamo por testigos hoy contra ti, que te he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición: escoge pues la vida, porque vivas tú y tu simiente” (Deuteronomio 30:19).

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