Él, por las manos de los sacerdotes, (cap. X. 1,) como lo expresa la Septuaginta, "inmolarán"; (Menochius) aunque podríamos inferir de este texto, que la persona que ofreció a la víctima, tuvo que matarla; (Calmet) mientras que los sacerdotes solos podían derramar la sangre sobre y alrededor del altar. Sin la efusión de sangre no se hace remisión, Hebreos ix. 22. (Haydock)

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