Este juez, que no temía a Dios, ni se preocupaba por el hombre, pero cedido a la importunidad de la viuda, representa el poder absoluto y soberano de Dios. Pero no debemos suponer que el Todopoderoso tiene alguna de las faltas que vemos en este juez inicuo. Las comparaciones no están destinadas a ser válidas en todos los aspectos. La única consecuencia que se puede extraer de la presente parábola es la siguiente: si un hombre, que no tiene piedad ni ternura por sus semejantes, cede a la importunidad de una viuda, que no se cansa de repetir sus peticiones; cuánto más Dios, que está lleno de generosidad y ternura con el hombre, y sólo busca ocasiones para concederle sus dones, escuchará las oraciones de los fervientes y colmará de bendiciones al peticionario, que puede seguir como la viuda importunando su intromisión. ¿Y puede mendigar sin languidez ni desánimo? (Calmet)

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