Aun así no lo es. Aquí algunos tal vez objeten que, dado que el Todopoderoso no desea que ninguno de sus pequeños perezca, debe, en consecuencia, desear que todos se salven y, por lo tanto, que todos se salven. Ahora bien, este no es el caso: la voluntad del Todopoderoso, por lo tanto, a veces se frustra en sus efectos, lo que es contrario a la Escritura. A esta objeción, responde San Juan Damasceno, que en Dios debemos distinguir dos voluntades distintas; uno antecedente, el otro consecuente.

Una persona desea una cosa con anterioridad, cuando la desea simplemente como considerada en sí misma. Por ejemplo, un príncipe desea que sus súbditos vivan, en la medida en que son todos sus súbditos. Pero una persona quiere una cosa en consecuencia, cuando quiere una cosa en consideración de alguna circunstancia particular. Así, aunque el rey desea que todos sus súbditos vivan, no obstante desea que algunos mueran si se vuelven traidores o desorganizan la paz de la sociedad.

De la misma manera, el Todopoderoso no quiere que muera ninguno de sus pequeños, en cuanto que son todos sus criaturas, hechos a su imagen y destinados al reino de la gloria; aunque es igualmente cierto que desea el castigo eterno de muchos que se han apartado de su servicio y han seguido la iniquidad. Si observamos esta distinción, es fácil ver lo que nuestro Salvador quiso decir cuando dijo que no era la voluntad de su Padre que ninguno de estos pequeños pereciera. (San Juan Damasceno)

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