Y David dijo a Gad: Estoy en un gran aprieto, todo el asunto ahora lo oprimía severamente. Déjame caer ahora en la mano del Señor, porque muy grandes son sus misericordias; pero no me dejes caer en manos de un hombre. La experiencia le había enseñado a David que la pasión humana y el deseo de venganza no tienen límites, mientras que el Padre celestial, sabio y misericordioso, conoce la clase de castigo y regula la cantidad de castigo, ya que todos Sus hijos lo necesitan y pueden soportarlo.

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