Y sucedió que cuando el rey Jeroboam oyó las palabras del varón de Dios que había clamado contra el altar en Betel, extendió la mano desde el altar con gesto airado y amenazador, diciendo: Agárralo. Y la mano que extendió contra él se secó, paralizó o se puso rígida de una manera peculiar, de modo que no pudo jalarla de nuevo hacia él. El milagro tuvo el efecto de aterrorizar a los asistentes del rey y evitar que ejecutaran sus órdenes.

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