David también se levantó después y salió de la cueva, aprovechando valientemente esta oportunidad para defenderse de las calumnias que llenaron el corazón de Saúl de desconfianza contra él, Salmos 7, y clamó en pos de Saúl, diciendo: ¡Mi señor el rey! Con estas palabras se confiesa ligado a Saulo como su súbdito y lo reconoce como el ungido del Señor, que ocupaba su oficio por derecho divino. Y cuando Saúl miró hacia atrás, David se inclinó con el rostro a tierra y se inclinó, correspondiendo así su comportamiento a su discurso de Saúl.

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