Por tanto, juré a la casa de Elí, mediante un juramento que hizo que la sentencia del castigo fuera irrevocable, que la iniquidad de la casa de Elí no será purgada con sacrificio ni ofrenda para siempre. Ya no era una advertencia, sino una declaración definitiva de una maldición que estaba a punto de caer sobre Elí y su casa por su negligencia del deber que debería haber cumplido con sus hijos como padre, sumo sacerdote y juez, al emplear severos castigo y castigo sobre ellos.

El daño causado por los crímenes de los sacerdotes afectó a toda la familia, incluso a sus descendientes. Esta historia debería ser más atendida en nuestros días, cuando el sentimentalismo sensiblero está convirtiendo la crianza de los hijos en una farsa.

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