Me encontraron los centinelas que andaban por la ciudad; me golpearon, me hirieron; los guardianes de las murallas, cuyo oficio era proteger a los habitantes de la ciudad, me quitaron el velo, acto que era una indignidad ofrecida a una muchacha oriental en cualquier momento, y aquí doblemente, ya que el velo era el el mayor orgullo de la novia y el signo de su estado exaltado.

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