Entonces trajeron los vasos de oro que habían sido sacados del templo de la casa de Dios, del santuario propiamente dicho, que estaba en Jerusalén; y bebieron en ellos el rey y sus príncipes, sus mujeres y sus concubinas. Este acto no puede ser excusado o tolerado de ninguna manera, ni siquiera como un acto de religión, como una libación al Dios de los judíos: fue un acto de imprudencia imprudente.

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